lunes, 23 de diciembre de 2013

Espejismo

Salí de la empresa, como siempre, con prisas. No veía el momento de llegar a casa, aflojar la corbata que llevaba ahorcándome toda la reunión de la junta directiva y sentarme en el sofá frente al televisor. Recuerdo que hacía frío y que todo el mundo iba embutido en enormes abrigos de plumas. Las señoras preferían cubrirse con unas horrorosas matas de pelo que, unidas a la lentitud con la que andaban, a veces terminaban metiéndose en tu boca. Esquivé con irritación a varias de ellas. Mis pasos eran certeros, ágiles y elegantes. Se notaba a la legua que tenía mucha práctica. Era la rutina de toda la semana. Ese día, no obstante, sentía que estaba perdiendo un tiempo muy valioso. Había partido y la acera parecía encogerse con tantas personas moviéndose a la vez. Entorné los ojos y decidí cruzar la calle para evitar la zona comercial de la capital. Si tenía que esperar a que la multitud me abriera paso hasta el metro, llegaría cuando finalizase el partido de la semana siguiente.

Cuando logré alcanzar un paso de cebra, el semáforo cambió de color para torturarme un poco más. Los coches arrasaron con el espacio que segundos antes había estado libre para caminar. Suspiré. "Qué semáforo más lento. Qué de coches. Qué coñazo." pensé, y sin querer entré en un bucle que se me antojó eterno. Decidí distraerme observando lo que tenía a mi alrededor. Fue entonces cuando la vi. Una joven de melena larga y lisa, de piel besada por el sol, envuelta en un vestido diminuto y abrigada con tan solo una chaqueta de punto. El atuendo no dejaba mucho a la imaginación, pero ella estaba allí plantada, sin seña alguna de tener frío, esperando lo mismo que yo, que el estúpido semáforo nos dejara continuar con nuestras vidas. Era una de esas chicas a las que nadie aspira, a la que los hombres admirarían de lejos y pondrían de fondo de pantalla en el móvil para deleitarse al desbloquearlo. Mis ojos no pudieron despegarse de ella, y el que la joven me devolviera la mirada y me sonriera, consiguió que dejara de respirar al instante.

Un desagradable pitido me despertó de golpe. El semáforo nos daba vía libre para pasar, pero yo no podía moverme. La gente me empujaba sin inmutarse y oí a un anciano mascullar insultos a bocajarro debido a mi inoportuno parón en medio de la calle. No le dejaba pasar. La cuestión es que la joven sí se movía. Y se movía hacia mí en linea recta. Y seguía mirándome y yo solo alcancé a tragar saliva. Di las gracias mil veces por el tropiezo que la hizo caer en el ángulo perfecto para que yo la atrapara. Oí mi maletín, con toda la documentación de la oficina, caer y desparramar su contenido por el asfalto, pero la cogí antes de que cayera al suelo y eso es lo único que me importó. Nos miramos y me sonrió de nuevo, agradecida, mientras rodeaba mi cuello con sus brazos para no resbalar. Recorrí con lujuria sus largas piernas, desde los tacones rojos que llevaba hasta el borde de su vestido. Entonces me dije: "éste es mi día" y quise retener ese momento en mi memoria todo lo que pudiera para futuros bajones de autoestima. Giré la cabeza levemente, lo justo para observar nuestro reflejo en uno de los escaparates de ropa que envolvían la manzana. Entonces reparé en algo escalofriante. Allí donde deberiamos de haber aparecido ambos, en una postura de cuento, de película, de ensueño... solo estaba yo envolviendo los brazos ridículamente sobre la nada.

Miré con extrañeza a la hermosa mujer a la que había salvado segundos antes y... seguía allí, mirándome con unos ojos que prometían muchas cosas. Se mordió el labio inferior con descaro, invitándome a besarla. Volví a mirar el escaparate. Nada. Vacío. Aire. Con el corazón rebotando en el pecho, la solté de golpe. No me dio tiempo a oír su gritito ahogado. En una acera se quedó mi maletín, parte de mi vida y lo que podría haber sido una de mis mejores fantasías. Por el momento, preferí echar a correr y no parar hasta llegar a mi casa y dejar que fueran las sábanas las que me salvaran a mí una vez más.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Desencajarse

Imaginad que estáis dentro de un puzzle. Os sentís parte de algo y lo percibís como eterno e indestructible. No estáis solos. No obstante, soléis desgastar vuestras esquinas para encajar en un pequeño vacío que, en realidad, os está dejando sin aire. Necesitáis salir de ahí. La ficha que realmente completa el puzzle está aún lejana en el tiempo. Sois como una burda imitación de la pieza que falta. No tenéis la misma gama de colores, ni la orientación adecuada, ni el aplomo ni la tranquilidad que siente quien está donde debe estar.
Molestáis a la vista.






En los puzzles incompletos se atisba la imagen final.
En uno mal hecho... se distingue a la legua quién es el que sobra.
¿Es que acaso quieres ser tú?

lunes, 25 de noviembre de 2013

Boquete.

Es marearte por el vaivén de un gran barco.
Es soltar una cuerda y en el último momento no querer morir,
aferrarte a ella y resbalar lacerando tus dedos, quemando tus palmas.
Es ahogarte en una arcada cuando una pastilla se incrusta en tu garganta.
Es barrer el suelo con el pie deseando que el polvo desaparezca,
que la moqueta donde vas a tumbarte no levante una nube de suciedad.
Es estremecerte cuando el calor de la manta resbala por tus hombros.
Es sentir esa molesta vibración del cristal, que agita tu cabeza,
que te revuelve la mente y disipa tus leves sueños a cada frenada.

Es odiar. Odiarte. Odiarles.
Es perecer alma adentro.
O perdonar. Perdonarte. Perdonarles.
Y buscar una tregua.
Para vivir.

domingo, 20 de octubre de 2013

El fuego de la muerte.

Un fuego fatuo prendió el cielo de una noche marchitada por la muerte que había tenido lugar bajo su velo. Se elevó desde el pecho del joven que lo había albergado y, deslizándose con lentitud hasta rozar la mejilla de tan hermoso ser, iluminó su rostro ceniciento. La pequeña que observaba la tragedia se tomó aquello como una señal. Se limpió con brusquedad las lágrimas, avanzó hasta el cadáver y besó sus rígidos labios, ahora tibios por la presencia espectral del fuego fatuo sobre sus cabezas. Ella nunca daba nada por perdido, ni siquiera algo tan obvio como la vida de ese chico que, sin embargo, ya estaba muerto. Por eso cuando no ocurrió absolutamente nada, cuando sus ojos se clavaron en las pupilas inertes de quien ya no estaba allí, la ira manó de sus entrañas y, alzando el puño, golpeó con fuerza el pecho de quien debería haber revivido tras su beso de amor. Y entonces ocurrió el milagro. El fuego se ocultó de la tempestad traspasando la carne muerta, y el joven despertó.

martes, 15 de octubre de 2013

Alguien mejor.

Y es que todas las sonrisas que cedí, 
y todos los abrazos que quise dar y regalé,
y todas las veces que esperé a tener la mente fría para contestar, 
y todo el cine que me conmovió, 
y todas las historias que escuché,
 y todos los libros que leí,
y todas las canciones que compuse,
y todos los minutos que guardé para mi sola,
y todos los sitios que visité y dejé atrás con amargura, 
y todos los romances que quise que fueran y serán... 
todo eso me convertirá en alguien mejor.

sábado, 12 de octubre de 2013

La esencia de las cosas (I)

Apareció en aquel bar de mala muerte y se sentó con elegancia en uno de los taburetes altos que rodeaban la sucia barra en la que yo había caido hacía más de una hora. Nos separaban unos metros y, quizás, unas cuantas copas de más. Me obligué a despegar los ojos de él y a fijarlos en el vino que sostenían mis manos y en el cristal que abrazaba su contenido para no permitirle salir. 

-Una cárcel transparente para el vino y una cárcel de cristal para mí- pensé con ironía. Quise romper a llorar.


El movimiento de un abrigo me hizo girarme hacia mi acompañante y comprendí que mis minutos de quietud habían llamado la atención del recien llegado. Su aspecto despreocupado, su mirada evaluativa taladrándome desde unos iris azules y su olor, me hicieron quedarme en blanco. De no haber sido él, habría adivinado que se trataba de otro hombre que busca provecho de una mujer que bebe sola. De no haber sido él, habría huido en cuanto tuve oportunidad. Pero el problema era que ese joven tenía la energía de quien necesita dar al mundo, y no la de quien busca arrebatar. Por eso me quedé sentada. Por eso nos observamos durante largos minutos y más tarde, le dejé romper el silencio que nos separaba.


-Has venido buscando algo y donde creías que lo encontrarías, no estaba- afirmó y, tras sus palabras, adiviné una sonrisa de quien sabe más de lo que dice.


-No te equivocas, excepto en el hecho de que yo ya sabía que mi búsqueda sería en vano y, aun así, estoy aquí sentada, bebiendo vino barato y esperando un milagro.


Volví los ojos hacia la copa de vino con pesar y la agité para observar una vez más el movimiento de su contenido. Unas manos cálidas se cerraron sobre mis dedos y los deslizaron hacia abajo para soltar mi agarre. Admiré los movimientos suaves del individuo que se había propuesto salvarme aquella noche y, por qué no, le dejé hacer el papel de príncipe. Sonreí con tristeza cuando le vi dejar su vaso de whisky al lado de mi copa, pero de pronto le sentí tirar con suavidad de mis manos para que me levantara de mi asiento.


-El milagro se producirá si bailas conmigo.


Agucé el oído y me percaté por primera vez en todo el tiempo que había pasado en esa barra de que, efectivamente, un perfecto ritmo marcado por notas de jazz llenaba el ambiente y se mezclaba con el humo de la sala hasta hacer que todos los presentes, incluidos los borrachos, recibieran la visita de la melancolía. Miré a los ojos a mi acompañante y, aunque caí sin rechistar en la profundidad de una mirada que esperaba con ansia iniciativa por mi parte, tuve fuerzas para decir:


-No sé quien eres- y él suspiró, y después alzó mis manos y besó mis nudillos con apenas un roce.


-Ni yo sé quién eres tú, pero eres la única persona en este momento que puede acompañarme y hacer que me sienta menos solo, menos cansado, menos nada- y lo peor fue que comprendí sus palabras y le seguí.


Mis pasos eran débiles, pero él me sostenía con firmeza. La mano derecha a mi espalda. La mano izquierda sosteniendo mi derecha y nuestras ropas estrechándose a cada paso. El vaivén de su olor me taladraba el pecho. ¿Quién eres? ¿Por qué tú? ¿Por qué nosotros?


-¿Por qué?- pregunté sin darme cuenta.


-Baila conmigo. Olvídate de todo. Olvida el alcohol, tu casa, las normas y sobre todo quién eres. Hoy solo necesitamos bailar. Lo necesito...- susurró y, cuando alcé la mirada, vi que tenía los ojos cerrados. 


Debió de sentir que le observaba, porque sonrió y se escondió de mi vista apoyando la mejilla en mi cabeza. Fue un gesto tan tierno que me hizo esbozar una tímida sonrisa a mí también y que, de pronto, me hizo sentir que no estaba con un desconocido, sino con alguien que llevaba tiempo buscando, con quien compartía una extraña intimidad que  nadie podría intuir hasta vernos al lado.


Mientras las notas de jazz se iban perdiendo en una taberna que ya solo ocupábamos dos extraños, el sueño comenzó a alzar sus dedos sobre mí. Cerré los ojos y me apoyé sobre el único hombro que habría podido alzarme en aquel instante. Automáticamente nuestro vaivén se hizo más lento. Sentí que ni siquiera necesitaba sostenerme en pie, porque él me sujetaría para toda la eternidad.


-¿Quién eres?- pregunté de nuevo.


-Solo un alma que buscaba con quien compartir la soledad. Y que para su suerte, lo ha encontrado- musitó-. No pares de bailar.


-Estoy cansada- ni siquiera estuve segura de haber dicho aquello en voz alta.


-Descansa sobre mí- y sentí que cambiaba su peso y su agarre, y aquello pareció más un abrazo que una postura de baile. 


Y entonces el arrullo de su palpitar y la música, y quizás también el calor que emanaba de su cuerpo.... o quizás su pecho vibrando mientras tarareaba la última canción que bailamos... o quizás... No sé. No recuerdo qué ocurrió, pero la cuestión es que olvidé las palabras. Olvidé cómo había llegado a ese bar. Olvidé mi origen, mi procedencia y mi nombre. Horas más tarde sentí la mullida hierba en la espalda, la brisa del exterior en el rostro y mi mano alzándose a cada respiración de aquel joven. No habíamos vuelto a hablar, solo compartimos el sueño y nuestra presencia y, por una vez, no necesité nada más. Y supe que él lo sabía, porque nunca, nunca... me pidió otro baile.



*Podéis preguntarme de dónde salió esta historia, que ni siquiera es un relato completo. No podré responder. Solo sé que necesitaba escribir o dejar constancia de lo que quería en estos instantes. Un algo, un ente, una presencia que esté ahí. Y que esté ahí sin más. Una conexión o un "lo entiendo, pero baila conmigo. Sé que es lo que necesitas". Nada más. Y esto es lo único que he obtenido hoy...

**Reconstrucción---La esencia de las cosas (II) http://garabatolvidado.blogspot.com.es/2014/06/reconstruccion-la-esencia-de-las-cosas.html

miércoles, 9 de octubre de 2013

Lo que soy.

Cuando me miré al espejo, no hubo seña alguna de reconocimiento en mi rostro y, por un instante, pensé que me había perdido por completo. Me dije: ¿y si he cambiado tanto que ya no sé ni quien soy, ni dónde estoy, ni el rumbo que he tomado? Entonces me vi impulsada a hacer algo totalmente absurdo. Pegué la oreja al espejo y... sí. Allí, donde yo me buscaba, percibí un murmullo que fue reconocido por mi subconsciente como un latido. Más concretamente como MIS latidos, los que me daban vida... y me encontré de nuevo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

El Hada de las Palabras

El Hada de las Palabras perfecciona sus poemas escuchando a los hombres, pero cuando quiere unir dos almas susurra con malicia unos cristalinos versos en sus oídos. Los manipula y les hace pensar que el azar ha puesto las mismas palabras en sus mentes, en individuos lejanos e incompatibles. Que por ende, creatividad tan brillante debe realizar el camino formando una sola esencia. Así se crea el destino. Surge de un engaño tan vil que ni las propias hadas podrían haberlo ideado.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Viñeta de horror.

Cuando pienso en ello solo oigo un pitido agudo. Me veo desde fuera y ahí estoy yo, sola y quieta en la oscuridad de una habitación, iluminada por un péndulo luminoso que no es otra cosa que una zumbante bombilla vieja. Mis rasgos en blanco y negro de pronto se contraen. A cámara lenta mis brazos se levantan y cubren mis orejas mientras que mis ojos se cierran poco a poco. Los párpados se aprietan y al hacerlo, mi frente se arruga también. Mi boca se abre y aunque no se oye, se sobreentiende un grito desgarrador. Después dejo de verme a mi misma, porque la imagen se vuelve borrosa. Quizás estoy llorando. Los latidos de mi corazón, en marcha fúnebre, aún retumban en la habitación, haciendo que los pies de esta espectadora tiemblen bajo unas piernas que ya  no quieren sostener un cuerpo vacío.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Habitaré lo inhabitable.

Nosotros escribimos una historia hace tiempo. ¿Mucho o poco? Eso es relativo. Tal vez la hayas difuminado y ni siquiera la recuerdes en todo su esplendor. La gente suele comentar que destruir es mucho más fácil que crear. Lo que nadie me dijo nunca es que luchar contra la destrucción te va consumiendo poco a poco hasta que al final, todo lo que quieres mantener, se hace polvo. Supongo que es la historia del mundo. Todo se reinventa y, algunas cosas, se reciclan. Dentro de unos meses comenzaré a atragantarme con el humo de nuestra hoguera contaminada. El paraje que plantamos... quién sabe. Digo yo que se consumirá también y se volverá un desierto. Como todo. Todo lo que alguna vez quise... en lo que tuve fe. Solo espero que mientras te vea alejarte sin mirar atrás, las cenizas que vayas dejando brillen para indicarme la salida a mí también. Si no es así, sino logro huir... me quedaré aquí atrapada. Pero todos sabemos que terminaré reconstruyendo este mundo nuestro. Y lo haré yo sola. Y habitaré lo inhabitable. Por los dos.

domingo, 11 de agosto de 2013

Principios afectados.

No puedo oír música de discoteca sin alterarme. Tampoco observar cómo ellas se arreglan para la ocasión, sabiendo o ignorando, que ellos las buscarán para satisfacer su ansiedad. Unas creerán que han encontrado un príncipe azul que las colmará de atención al menos por unas horas. Otras saben lo que han venido a hacer allí y no les importará. De esas no me preocupo, solo me dan pena. Pero la otra cara de la moneda está plagada de inocencia, y es una cara que se termina oxidando. Y la oxidáis vosotros.

Gracias a todos los que colaboráis con esto, no puedo quedarme de público. La carga de conciencia me pesa por ellos. Por ellas. Me incita a buscar una solución. ¿A caso estoy rota? ¿A caso debería desear estar allí? ¿Pelearme por un hueco entre las manos de un desconocido? No. Me niego. Los que estáis rotos sois vosotros. Por eso huyo. Porque no os puedo reparar.

domingo, 21 de julio de 2013

Lo que oculta la verdad.

Hoy estoy reflexionando. Al final incluso me he enfadado por no llegar a entenderlo. ¿Se puede ser totalmente sincero, pero hacer que la gente, aun así, no te vea? Y no me refiero al mero trámite de ponerse unas gafas. Me refiero al interior. Desde luego hay veces que dan ganas de pegarse cabezazos contra la mesa. ¿Para qué contar la verdad si, de lo tercos y desconfiados que somos, incluso teniendo la certeza frente a los ojos, no vamos a creer que eso sea todo? 

Mirad. Si queréis conocerme, aquí estoy. Estoy totalmente expuesta. Si estoy seria es porque estoy pensando, no hay segundas ni terceras caretas. No soy una chica risueña cada segundo de mi vida. Si me rio no lo hago por halagarte. Si os suplico "quedaros un rato más", no es por haceros sentir bien, sino porque me encantaría que lo hicierais. Si no queréis quedaros, no voy a suplicaros más, porque respeto las decisiones del resto. No hay dobleces. Si bien es cierto que muchas veces callo, es por un buen motivo. La mayoría de ellas lo hago porque no me gusta hablar cuando no sé si lo que voy a pronunciar es la realidad. La inseguridad y las dudas entorpecen la verdad a veces. Pero eso, muchos, ya lo sabéis.


Cuando digo que aquí estoy para que me conozcáis, no significa que vayáis a venir a bañaros en un mar de claridad. No soy fácil. No soy normal. No soy predecible. Cometo muchos errores tontos por mi afán de hacer las cosas bien. De nuevo, estoy siendo sincera. Pese a esto ya habrá alguno que dirá: "¡Joder! ¡Esta tía se cree superior al resto!" Simplemente estoy avisándolo. No soy una constante. Si ni yo misma me reconozco a veces, si ni siquiera tengo tiempo para comprender mis emociones y ordenarlas... si no puedo elegir con tranquilidad ninguna opción porque mi personalidad no se decanta por ninguna, ¿qué puedo esperar que sepáis vosotros de mí? ¿Puedo aguardar a alguien que realmente se adelante a mis acciones? ¿Deseos? ¿Mis peores momentos?


Pues por todo lo que he insinuado arriba: no, no soy una persona de gentes. Temo por aquel que trate de encontrarme en las profundidades de lo que me voy convirtiendo. Cada vez que alguien intenta averiguar más sobre mí y yo trato de no estropearlo, no funciona. Si no hago nada, parece que todos se vuelven locos y dispersos a mi alrededor. Todo se torna enredado de pronto, de un día para otro incluso. Así que finalmente dejaré de estar expuesta. Las corazas son muy útiles. Dejan que te vean solo hasta un punto crítico y límite... ese que si atraviesas ya no hay marcha atrás porque te arrastra hacia las personas. 


A día de hoy admito que me he plantado. No quiero repetir esto. "Hasta aquí hemos llegado". 
Corazón de piedra.

miércoles, 17 de julio de 2013

Cuando lo veo venir.

Golpeará mi puño la mesa en la que escribo, se manchará de la tinta que nace de mis venas y la fuerza del mismo golpe retorcerá la tierra. La irá nacerá de las semillas de la decepción y cubrirá mi existencia hasta que sus espinosas enredaderas me ahoguen... porque callaré. Callaré por el bien de los más cercanos, por la fe en los hombres. Morderé mi propia carne para hacer que las palabras regresen a mis tripas, aunque después las retuerzan. Podría alzar la mano contra ti y mancillar tu rostro hasta que atendieras a razones, pero no sería yo, maldita sea. No sería yo. Y lo peor de todo es que sé, que si no lo hago, tampoco tú serás tú mismo. ¿Nos entendemos? Tu soledad te arrastrará a un pasado del que te alejé hace tiempo mientras me hería las manos. Y ahora que estás desamparado porque no puedo sostenerte dime, ¿qué eliges? Sigue mis pasos, te grito, síguelos o nos haremos daño. Mis manos perecerán tratando de tejer una tela que amortigüe tu caída. Mi desespero helará mi alma y tenebrosa, vagará hasta la expiación que da la muerte.

sábado, 22 de junio de 2013

Vivencias que fueron y son.

Cuando era más joven, tenía un blog que poca gente conocía. Normalmente explicaba las cosas que me iban sucediendo. Todos mis sentimientos, tal y como me atravesaban los huesos, están ahí plasmados con más o menos calidad. A lo largo de esta etapa adulta en la que estoy entrando, muchísima gente ha pretendido descalificar algunas de mis vivencias. "Te afectó tanto porque eras pequeña", "cuando te vuelvas a sentir así  te darás cuenta de que no hay que darle tanta importancia". A veces me tengo que morder la lengua cuando lo que quiero intentar es que me escuchen, y que entiendan que cuando ellos tenían 14 años y jugaban con coches yo intentaba descifrar el universo. Me he criado con adultos, crecí rápido. ¡Qué le iba a hacer! Sin embargo, cuando mantengo algunas conversaciones incluso yo dudo de mí misma. Digo: quizás, aunque la gente notara que para la edad que tenía era muy madura, la realidad es que no lo era.

El otro día entré en el blog que había escrito. No tengo palabras. Me encontré a mí misma y hallé una parte de mí que había enterrado. Pese a que en los inicios de las redes sociales tds skribíams assí d guay, muchísimas cosas de las que explicaba en aquellos tiempos las sigo pensando ahora. Los textos más cuidados de ortografía, podría hacerlos pasar por relatos escritos con mi actual experiencia. Parece que me he estancado, y sin embargo sigo creciendo. Por supuesto, no pude evitar una sonrisa triunfal cuando los sentimientos  que plasmé, tan bien redactados, me impactaron hasta dejarme sin aire. Sentí, me apené, me deprimí, lloré, me carcajeé, porque todo lo sentía de una manera tan intensa que me volvía loca. No hay forma de que descalifiquéis mi pasado. Alba adolescente fue tal y como yo recordaba. Una chica normal que pensaba y sentía demasiado.

jueves, 20 de junio de 2013

Declaración de intenciones.

No creo que sea muy difícil de comprender. Quiero libertad. Quiero atisbar el horizonte, decidir ir hacia él y que nadie me siga, ni tire el ancla de mi barco para que no llegue. No me apetece mirar los lugares y que de pronto me lleguen recuerdos de cosas que pudieron ser y no fueron. Me gusta sentarme en un sofá cerca del sol y leer un libro sin que mi móvil suene. Adoro dar un paseo, ir a clases y volver tranquilamente en el autobús sin hablar con nadie. Me encanta decidir qué voy a hacer durante el día, no que me lo organicen. Cuando suena la música quiero bailar y gritar la letra sin que nadie me de un codazo y me diga: "Eh, que nos están mirando". Quiero mirar a un chico y soñar con que sea un personaje de mis libros. Me gusta sentir y no pensar que está mal. Que está mal percibir la belleza de otras personas, que está mal sentirse deseada, que está mal girarse de vez en cuando y decir "echo de menos lo que perdí". Odio que todo el mundo vaya de frente y olvide lo de atrás. Me enerva que parezca un pecado tener dudas, porque soy la persona más insegura del planeta y joder, que me apetece pensar las cosas y decir "me equivoqué". No pienso estar condicionada. No quiero decirte que me caes bien cuando eres odioso. No me da la gana seguirte en twitter y aceptarte en mis redes sociales porque te he visto unas cuantas veces durante un año. Me gusta pensar y saber que no le debo nada a nadie, porque lo que se me ha dado se ha entregado con toda la buena voluntad del mundo. Quiero enamorarme, llorar, sufrir. No quiero condiciones. Quiero crecer. No me gusta decidir qué tengo que hacer porque el futuro se me eche encima. Solo... solo me necesito a mí misma ahora mismo. Sin dar explicaciones. Sin censuras. Solo quiero vivir sin miedo a decir algo que pueda herir a todo el mundo. Odio que se cuelguen de mí, que se creen tales dependencias que una no pueda ser sincera y decir: hoy no puedo verte, hoy no me apetece hablar contigo. Parece que estamos obligados a corresponder a todo, y ese es el problema. Yo quiero ayudar sin que se me obligue. De por sí me sale solo tender la mano cuando alguien se ha caído. Te abrazaré cuando estés triste, pero por favor. No me atosiguéis, no pretendáis saber dónde estoy, qué como y a qué hora me acuesto. No me controléis. Soy independiente y me gusta estar a este lado del espejo, en mi mundo. Parece que todo el mundo quiere invadir al resto de personas, como si se fueran a ahogar en un vaso de agua si no hay nadie cerca. 

Quiero que la gente entienda que aunque ellos no quieran tener un espacio propio, yo sí. Respeto que no queráis sentaros un momento en silencio y reflexionar, o simplemente salir a pasear en soledad. Me siento totalmente atada de pies y manos con la actitud de la gente hacia los que consideran amigos, parejas o conocidos, como si hacer lo que debería surgir, salir de nosotros... fuera una obligación.


No dejéis que un gesto bonito, una llamada inesperada o un "¿estás bien?" se reciban porque vosotros lo habéis pedido. Dejad un poco de margen. Los que os quieren estarán ahí, pese a todo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Cadencia

Te vi de lejos y parecías una bonita melodía.  
Qué decepción cuando tú interior resultó ser un poco contemporáneo. 
Intenté interpretarte y en un compás determinado mis dedos no pudieron seguir tu tempo. Iba demasiado rápido aunque, ¡no me rendí! 
Te practiqué  e intenté aprenderte de memoria. 
Fallé.
 ¡Qué más dará!
Siempre supe que tu acorde final no sería más que una amalgama chirriante de disonancias.

Tenías forma de Raphsodia y resultaste ser, tristemente...
RUIDO

lunes, 13 de mayo de 2013

Un poema tan asimétrico como su mensaje.

Qué agonía es esta de suponer. 
De creer y no saber. 
Qué vaivén de imágenes me trastocan ahora el alma. 
¡Desgraciado temor!
Locura es esta confianza atrofiada, 
que me martiriza las costillas. 
Cómo duelen los pasos inciertos.
Una y otra vez me hicieron tropezar.
Abridme las puertas del cielo. 
Quiero descubrir desde allá arriba la verdad.
Quitadme este velo invisible que me ciega
y arrancadme las alas sin más.
No contaré a nadie lo que vi.
Nadie debe saberlo jamás.

viernes, 10 de mayo de 2013

Paranoia.

Yo que sé. Me ha pillado desprevenida. Hacía tiempo que no sentía ese... ese desasosiego de hace un par de años. Quiero creer que estoy estresada por los exámenes y que el mundo se me ha venido encima en dos días al ver que no podía sostener todo a la vez. Pero quizás la realidad es que he estado metida en el corazón de piedra durante una larga temporada. Ayer pasaron cosas raras a mi alrededor. Me han despertado. Hoy ni siquiera he tenido clase, pero cuando he salido a la calle por motivos más tontos que nunca todo parecía cambiado. El olor de Madrid era idéntico al de otro lugar en un verano que ha traído a mi orilla una botella con sentimientos depresivos. No recuerdo por qué estuve triste ese verano. Fue hace demasiado tiempo. La cuestión es que ese olor era el mismo. Hacía sol, pero olía a lluvia y a sal. He enfocado los ojos hacia la gente y les he visto correr aquí y allá por obligación. Después me he sentado aquí a hacer tres trabajos de los cuales dos no los he terminado. ¿Por qué? Porque hoy todos mis sentidos están al 110%. No me centro. He vuelto a abrir esa puerta interdimensional que me permite centrarme en cosas cotidianas sin importar lo que ocurre alrededor. Escucho música, descubro letras, le doy vueltas a las cosas del presente y del pasado y miro más allá de mi nacimiento. Me pregunto por qué existo.

He escuchado dos canciones y me he puesto a llorar. He descubierto un grupo nuevo y me he puesto a leer tirada en la alfombra. Me he enamorado de autores que están muertos viendo estúpidas fotos en blanco y negro y después se me han aparecido frases depresivas perfectas para ser retwitteadas. Finalmente no he publicado ninguna, pero la creatividad ha llegado a mis dedos y aquí estoy.


Se me va el tiempo y sigo en un blog abandonado porque lo necesito. Así de simple. Ni siquiera estoy pensando lo que estoy escribiendo. Si alguien entendiera la avalancha que se me ha caído encima, me encadenaría hasta que me serenase. Sé que no voy a releer toda esta parrafada porque la borraré y me la comeré con patatas. Pues no señores. Aquí estoy, con el chip de escritura automática puesto escribiendo como una desquiciada.


Hoy es otro día raro. Mañana lo voy a pasar mal por no aprovechar esta última hora de la madrugada, pero simplemente, hoy no puedo seguir. Desconecto de todo arte que me evoque recuerdos. Las obligaciones no pueden tener el control de nuestra vida.

miércoles, 24 de abril de 2013

Mi relato para el Certámen XI de literatura.



TE PROMETÍ… (Galardonado con el premio "Mejor relato de autor local 2013)

En un sofá de flores negras sobre fondo blanco, la postura de la señora Oliviera era ante todo, forzada. Hacía una hora que le dolía el lumbago y diría que todas las cervicales, pero seguía con los ojos, abiertos como platos, enfocados hacia el preciado reloj de cuco del salón. En el último minuto, aún con los brazos entumecidos por la espera, sus manos se cerraron sobre el delantal y lo arrugaron con inquietud. El ansiado momento llegó, y no fue precisamente silencioso. Un pájaro salió y entró haciendo crujir su mecanismo al ritmo de doce campanadas producidas por el péndulo del reloj. Cuando la calma llegó de nuevo, la señora Oliviera se levantó de su asiento poco a poco, haciendo crujir los muelles del sillón. De pronto, sus labios se curvaron en una sonrisa. El grito que tuvo lugar segundos después, bien pudo haber despertado a todo el vecindario. María Oliviera se subió tan bruscamente al sofá que éste se vio obligado a protestar. Saltó de aquí para allá, como una niña, con los brazos en alto y el pelo volando tras ella. Derrapó en la cocina y atrapó un mechero con el que encendió la vela que había sobre la tarta que se autoregaló. Su deseo lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo y, aunque estaba sola, cuando sopló sobre el número 50 miró alrededor imaginando aplausos y vítores. Más tarde se dedicó a canturrear canciones del pasado y proclamó a los cuatro vientos que era su cumpleaños.
Cuando la vecina aporreó la pared, dio por concluida su celebración y afrontó lo que venía a continuación. Su cara se esculpió mientras recorría de nuevo el pasillo y se sentaba en su magullado sofá de flores. Estiró la mano y marcó, en un teléfono vintage, nueve dígitos con exasperante lentitud. Justo antes de dejar que la rueda del aparato girara para confirmar el último número, se arrepintió. Se preguntó si no sería ya demasiado tarde para llamar. Observó el reloj con tristeza y se dijo que, si había aguardado 27 años a ese momento, bien podría resistirse unas horas más. Su gata Joline, como apoyándola en su decisión, se restregó contra sus piernas y la invitó a irse a la cama, pero la señora Oliviera no durmió esa noche.
Al día siguiente amaneció nublado. María arrastró unas graciosas zapatillas de gato por el pasillo, con las cuales Joline no tuvo piedad.
—Gata tonta. No son tus enemigos, en absoluto —masculló su dueña con desesperación mientras sacudía las piernas.
María se sentó en la mesa de la cocina y desayunó un trozo de su tarta de cumpleaños. Estaba esperando a que el bizcocho muriera ahogado en la leche, cuando recordó de golpe todo lo que no había podido solucionar esa misma noche.
Joline la regañó cuando atravesó el pasillo como una centella y le pisó la cola, y el auricular del teléfono casi se le cae de las manos cuando volvió a marcar aquel número que tan bien recordaba pese al tiempo.
—¿Si?
—Bu-buenos días. ¿Es…? ¿Está Samuel? —oyó cómo la interlocutora titubeaba al otro lado de la línea.
—¿María? —se le encogió el corazón.
—Sí. Soy… soy yo.
—¡Oh Dios mío! Querida, ¡cuánto tiempo sin oír tu voz! La última vez que nos vimos apenas habías terminado la carrera.
—Sí… la verdad es que ha pasado tiempo desde aquello.

María se había quedado de piedra. La voz rasgada y triste que la atendía no podía ser la madre de Samuel. Agitó la cabeza para centrarse y asimiló que habían pasado nada más y nada menos que 27 años, y Mariela debía de tener casi noventa. María se llevó una mano al pelo, que ya tenía alguna que otra cana, y lo retorció sin saber bien qué decir, abrumada.
—Samuel ya no vive aquí. ¡Has llamado a la casa antigua! Sigues siendo tan despistada como antaño —oyó con estupefacción lo que quedaba de la risa de Mariela—. ¡Llama a su número de teléfono o a la casa del pueblo! Ya sabes.
No. Lo cierto es que no sabía, pero le daba vergüenza confesarle a Mariela, cuya amistad en el pasado había sido muy estrecha, que no contaba con ningún tipo de dirección o teléfono que perteneciera a su hijo. Tras una breve conversación, la señora Oliviera sintió que había perdido fuelle. Depositó con cuidado el teléfono en su sitio y se sentó a meditar. Minutos después varios vecinos vieron a una especie de esquizofrénica trastabillar por las escaleras, con una bata sobre el pijama, unas llaves tintineando en  la mano… y unas maltrechas zapatillas gatunas.
                                                                      

Tommy, aficionado a la fórmula 1 y a las batallitas online, era el encargado del correo aquel sábado. Produciendo un sonido desagradable con su chicle mientras arrastraba con parsimonia un carrito repleto de cartas, paquetes y publicidad, entró en el portal número 13 cuando el portero le abrió. Lo que no se esperaba encontrar a la entrada de la urbanización era a una señora cruzada de brazos bajo la lluvia, mirándolo fijamente. Tommy cambió el peso de una pierna a otra, intimidado, antes de atreverse a abrir su carrito y comenzar a repartir el correo con normalidad. De vez en cuando echaba una ojeada, preocupado por aquella señora loca que llevaba unas… ¿Qué demonios? ¡Unas pantuflas de gato! A lo mejor le ahogaba con el cinturón de su bata y le robaba todas las cartas. Sí, debía de ser la cotilla del vecindario. Si no, no se explicaba su presencia a esas horas, en el exterior, calada y en pijama. Pasados cinco minutos de tenso silencio, interrumpido solamente por el deslizar de los sobres dentro de los buzones, se escucharon unas zapatillas chapoteando con un continuo plof en el agua. Tommy observó a la señora Oliviera con cautela. Se había acercado y leía por encima de su hombro los nombres de los paquetes que llevaba, mientras golpeaba rítmicamente el suelo con aquellos gatos que parecían inflados por el agua.
—¿Busca algo?
—¿Tiene algo para mí? —le interrogó con tono inocente.
Tras compartir su nombre y recibir un paquete y dos sobres con un logotipo bancario, María Oliviera todavía permanecía cotilleando en su carrito. Tommy tapó con los brazos lo que le quedaba por entregar con evidente fastidio. Zigzagueó con sorpresa cuando la señora Oliviera vio algo, se abalanzó sobre él y le arrebató de las manos uno de los voluminosos tomos que iba a depositar en los buzones. La vio alejarse a trompicones mientras trataba de despegarse de los labios la pompa de chicle que se le había estallado con el susto.
                                                                  
           
En un tercero, María Oliviera mordía con desesperación el envoltorio de una guía telefónica. Cuando el plástico cedió y por fin se halló calada pero feliz, con el teléfono pitando en su oído, pareció que todo había merecido la pena… hasta que Samuel respondió.
—¿Samuel? —silencio al otro lado de la línea.
—¿Sí? —preguntó una voz grave. Lo oyó carraspear— ¿Quién llama?
—Oh, vamos… —masculló María decepcionada—. ¿No sabes quién soy?
—Si es usted la señora que me llama cada día de cada mes, incluso un día festivo como hoy, 30 de marzo, le repito que… —silencio, y segundos después un gruñido—. María. ¿Verdad? No puedo creerlo.
—¿Cómo estás?
—Hace tanto tiempo que…  ¿Pero cómo? No creí que volviéramos a… ¡Feliz cumpleaños! Yo…
—Hicimos una promesa hace mucho tiempo —le interrumpió intentando dominar la emoción—. ¿La recuerdas? Te prometí que te llamaría cuando cumpliera cincuenta años pasara lo que pasara entre nosotros. Tenía muchas ganas de… en fin. ¿Te… casaste? ¿Tienes familia?
—Bueno… —Samuel dudó al otro lado de la línea—. Estoy divorciado desde hace un par de años. Siempre supe que no debía de haberme casado pero… pasó. ¿Tú…? ¿Tus hijos? ¿Tuviste hijos?
María soltó una carcajada.
—Por supuesto que no. ¿Yo? ¿Hijos? Lo que te contaba cuando era más joven era cierto. Mi vida familiar no tenía muchas expectativas…
—Siempre estuviste equivocada en eso. Podrías haberlo tenido todo… —susurró Samuel con un deje de melancolía en la voz.
María se vio tentada a mirar atrás, al tiempo que habían pasado juntos antes de distanciarse. Pero sentía que había esperado demasiado ese instante como para derrochar emociones.
—Quizá algún día nos podamos ver para hablar de los viejos tiempos —sugirió con una ligera esperanza, pero la transformación en la voz de Samuel la desarmó por completo.
—No creo que sea una buena idea María —su nombre en sus labios sonaba amargo—. No me malinterpretes. Me alegra mucho saber de ti pero debes entender que aunque ha pasado bastante tiempo… me costó mucho olvidarte. ¿Sabes?
No supo qué decir. Se sintió tonta y mayor. De pronto, el comienzo de la artrosis y un dolor agudo en el cuello se hicieron más presentes. Había estado esperando tanto y con tanta ilusión, que ni siquiera se había planteado la posibilidad de que Samuel, cuya situación familiar la había aliviado sobremanera, no quisiera saber nada de ella.
—Ti-tienes razón. Supongo que… en unos años te tocará llamar a ti. ¿No? —intentó reír, pero su carcajada sonó tensa y rota—. Me ha alegrado volver a oírte… al menos. Adiós Samuel. Sé feliz.
Al chasquido del teléfono al colgarse bruscamente, le siguió el de unos muelles oxidados. Tendida en el sofá de flores, María parecía en shock. Los pies, fríos y húmedos, y los rizos que se le estaban formando, tampoco ayudaban. ¡Cómo había sido tan ingenua pensando que Samuel se alegraría de que volvieran a hablar! Suspiró y miró el sofá donde había tirado de mala manera su correspondencia. Se estiró lo justo para coger el paquete y entretenerse abriéndolo. Era viejo y estaba mojado y muy deteriorado en las esquinas. Miró sin interés la fecha del matasellos con el objetivo de reclamar a Correos su falta de dedicación: Febrero de 1985. ¿Qué demonios…?

“Querida María:
Imagino tu cara al recibir esto y no puedo evitar echarme a reír. Vas a flipar en colores. A día de hoy estás inmersa en la mudanza a tu nueva casa. Espero que para cuando cumplas 50, no se te haya ocurrido cambiarte de nuevo o no veo la manera de que llegues a recibir este pequeño regalo atemporal. (Confío en que Correos haya sabido gestionar este paquete para que esté en manos correctas y llegue el día oportuno.)
 En vista de los últimos sucesos en nuestra pandilla… no parece que nuestra amistad vaya a llegar mucho más lejos. Por eso me he visto obligado a embarcar en un proyecto como este, para evitar futuros orgullos de hombre que me impedirán, muy seguramente, hablarte. Según me siento con mis hermosos 24 años, es muy probable que me vuelva un adulto hastiado y seco. Mi intención a grandes rasgos es solo sacarte una gran sonrisa y felicitarte por mi “yo” del futuro, que según creo, no lo hará por voluntad propia. Ojalá todo fuera de otra manera. Ojalá te confiese lo que me ocurre, nos casemos y estés leyendo esto conmigo de la mano (¡porque espero no haber fallecido tan pronto!). Siempre fuiste muy importante para mí María, y lo seguirás siendo aunque pasen los años y mi corazón se vaya marchitando. Te quiero, en este presente, y te quiero, en  futuro.  No me atrevo a decírtelo ahora y eso hace que me duela hasta mirarte, aunque creo que es posible que tú ya lo sepas. Lee el diario que te escribí y mira las fotos que te envío. Recuerda viejos momentos. Recuérdame.
Pdta.: Llámame María. Cumple tu promesa. Da igual cuanto tiempo haya pasado. Tu voz me rescatará y me hará volver en mí. No te preocupes si en un principio te rechazo. Cuando supere mi miedo te…”

El teléfono comenzó a sonar. La señora Oliviera estiró el brazo con fastidio y respondió con un amargo “Sí, dígame”.
—¿María? —contuvo el aliento mientras terminaba de leer, ya con lágrimas en los ojos.


“… te volveré a llamar, para no dejarte ir de nuevo. Lo prometo.”. 

martes, 2 de abril de 2013

Metafóricamente hablando.

En los dedos de los pies solo notaba el aire cálido de un amanecer, pero mis talones, bien clavados a la tierra, se arañaban con los guijarros del acantilado. Me incliné un poco más para ver la caida. Tuve que apartar las faldas de mi vestido blanco para verlo bien.

-Es un salto arriesgado- pensé.


Recuerdo que no miré atrás. Solo moví los dedos en el aire como tentando a la suerte y preguntándome si conservar lo que dejaría a mi espalda sería más importante que tratar de conseguir lo que me proponía. Más tarde comprendí que la respuesta me daba exactamente igual. Alcé el cuerpo y miré al frente. El sol estaba saliendo. Necesitaba un empujoncito. Cuando los rayos de luz atravesaron una nube que se interponía entre el inmenso astro y yo... me vi cegada momentáneamente. Lo que sucedió después lo sentí con el alma. Me balanceé hacia delante y comencé a caer. El vértigo se hizo peor cuando recuperé la visión  y, por los Dioses, ¡¿quien quería ver en aquella situación?! Cerré los ojos y eché a volar. Eché a... ¿qué? Ah sí. Desee que me nacieran unas preciosas alas doradas, y eso ocurrió. ¿Qué cosas no? Aterricé a la perfección. 


Cuando reconocí la tierra y los árboles, el sonido del riachuelo y el puente de piedras reí. Allí había empezado mi camino. Miré el acantilado que había bajado y supe que nunca más querría volver a subir tan alto. Mi lugar estaba en la ladera, no en la cima. Después de cercionarme de que todo estaba igual que antes plegé las alas y desaparecieron. Había aprovechado mi única oportunidad... a la perfección.

martes, 15 de enero de 2013

Prejuicios.

Mancillé tu nombre, creyéndome en el derecho de destruir todo lo que construiste. La serenidad que transmitías me escandalizaba y... yo que sé. Mis labios se adelantaron a mi mente. Te odié. Te odié con tal fuerza que habría sido capaz de destruir la pared que se hallaba junto a mi mesa. No quise pensar. Mis dedos trazaron todos los caminos para construir una frase que hiciese temblar. Que te hundiera. Que te quemase hasta hacerte huir de este mundo en el que no quería verte. Me adelanté. Debí reflexionar antes. El anhelo de algo que perdí lo representabas tú al completo, sin censuras. Cuando lo comprendí ya era tarde. Cuando la historia de tu vida entera, sin fragmentos, llegó a mis manos en forma de reclamación de esa gente que te quiere, me arrepentí. No debí convertirme en lo que nunca quise ser. Pero... ¡maldita sea! Estos celos y esta ira que recorrieron mi sangre cuando te oí por primera vez... cuando vi esa cara que me pareció forzada, sin ninguna sinceridad en su gesto. ¡Ay! Qué cosas trae la vida.

 Joven, sigue adelante. Mi mente fría sabe comprender ahora el dolor que expresaba tu cara. Ahora sé distinguir los matices de esa voz que pedía a gritos paz, y que en mí, desencadenaron equívocamente el infierno.


Firmado "Un muchacho que no entendió y probablemente, siga sin entender del todo"