lunes, 15 de diciembre de 2014

La dimensión tierna.

Cuando le vi, hacía horas que el sol se había caído del cielo y las farolas habían adoptado su luz. Suponía que aquello era la despedida. Sabía que se marchaba desde hacía días, pero no había sido tan consciente de aquel hecho hasta el momento en el que me había cruzado con él en medio del frío. 

Mientras mis ojos luchaban por captar el detalle de sus facciones, el silencio se hacía más patente. La realidad es que él y yo no teníamos mucho en común. Tampoco nos conocíamos desde hacía tanto. Ni siquiera le habría podido llamar amigo. Sin embargo, había algo en su persona que me hacía sentir una conexión. Nuestro encuentro fortuito aquella noche nunca podría haberse imaginado de tales dimensiones. De aquella intensidad.


-Te vas.


-Sí, mañana.


-¿Estas nervioso? -se encogió de hombros. Esbocé una sonrisa mientras metía las manos en los bolsillos-. Seguro que te irá bien.


¿Qué podía decir? Supongo que otras personas habrían esperado un "avísame cuando regreses" o un "espero que nos veamos pronto" pero, como he mencionado antes, nosotros sólo éramos dos desconocidos. La cuestión es que percibía el peso de su mirada. No sé si me estoy explicando. Percibía esa fuerza con la que alguien te puede llegar a prestar atención. Esa extraña energía que te atraviesa por dentro cuando las pupilas de otro ser te <<miran>>. Mirar de verdad. Revolverte por dentro. Buscarte a través de piel, músculo y hueso. Eso tan poco común en la sociedad actual, hacía que yo, a su vez, le observase con interés. Con preguntas. Con anhelo. El desconocimiento junto con todos los sentimientos que me provocaba su mera presencia estallaban en mi pecho. 


Recuerdo el momento exacto en el que se suponía que debíamos despedirnos. También recuerdo cómo aquel instante se sentía terriblemente equivocado. Él seguía mirándome, esperando. Cara a cara, vaho contra vaho atravesando el hielo y chocando en la oscuridad. Tan serio. Tan sereno. Alguien con quien no podría haber hablado de nada pero que podría haberlo cambiado todo.


Entonces sentí el tirón. Era necesario llenar el vacío y acabar con el vértigo que amenazaba con apoderarse de nosotros. Solté todo el aire. No había sonrisas, ni señales que anunciaran lo que me disponía a hacer. Di un paso hacia delante y dejé caer la cabeza contra su abrigo. Podría haberme apartado perfectamente, y después haber soltado alguna frase de disculpa mientras desaparecía para siempre. Alguna estúpida normal social habría calificado mi movimiento como una ocupación indebida de la burbuja existencial de un desconocido. Un gesto demasiado confiado, una invasión en toda regla. 


Pero fue entonces cuando confirmé que él también era parte de aquella pequeña sección de humanos que atrapaban las cosas que importaban de verdad en la vida. Que había sentido esa otra dimensión. Me rodeó con los brazos con suavidad y me dejó estar allí un rato, como si permanecer apoyada sobre él  fuera terriblemente acertado. Como si hubiera sido precisamente eso lo que una civilización paralela hubiera esperado de mí. Entonces, por primera vez, supe que entre nosotros esa era, exactamente, la situación correcta.

jueves, 20 de noviembre de 2014

La magia que se disipa.

Llevo tiempo percibiendo que la magia ha expirado.
No sé si conseguiré explicarme en las breves lineas que planteo escribir hoy.


Desde que puedo considerarme una persona íntegra y suficientemente madura, he deseado, aun sabiendo que el mundo no guarda tantos secretos fantásticos como de niña quería, que existieran pequeños momentos que pusieran en duda todo lo que había aprendido.


Reconozco que he leído mucho, y que he naufragado repetidas veces en películas e historias de las que no me pertenecía ni la décima parte. Supongo que ésto ha colaborado en el hecho de que, situación que vivo, situación que tiendo a retorcer hasta atisbar una continuación "de libro". Es algo que mi mente hace por inercia.


A veces me despierto y una parte de mí, un lugar de mi mente que no quiere perder la ilusión, se pregunta si no será ese mismo día en el que descubra un hada en la ventana, un cubierto moviéndose sólo, o un ser de otro planeta infiltrado entre la multitud.


Tranquilos. Sé que nada de esto sucederá jamás, pero esa llama ínfima que me abraza a veces, me hace feliz y, lo más importante, me hace preguntarme cosas. Me hace imaginar.


Hace unos años tiré todas mis ideas locas y paranoicas a la papelera. Fue un tiempo un poco apagado y no me apetecía seguir esperando milagros absurdos. Pero... sorpresa. Volví a leer. Ese año leí como una demente, me sumergí en innumerables tramas de cine y, cada vez que volvía a la realidad, todo se veía diferente.


Descubrí que no quería exactamente una historia de libro. Quería conocer personas y quería ver esa chispa pequeña e insignificante que separa una conversación banal de una profunda. Quería ver cómo se entretejían los hilos hasta que dos seres humanos decidían desenredarlos y hacer preguntas, e indagar y descubrir y darse cuenta de que los colores que pintaban dos mundos distintos a veces se parecen demasiado.


No sé si me estoy explicando bien. Ya sabéis que a veces divago y mis textos se vuelven completamente indescifrables. La cuestión es que cada vez valoro más un tipo de magia que ha quedado en el olvido. Ahora las personas se conocen y parece que intercambiar cuatro palabras varía el mundo entero. Todo es superficial, perezoso y absurdo. Ya no quedan silencios bonitos, de esos en los que casi se puede escuchar un interruptor encenderse y dos humanos descubrirse. Pero lo peor no es que no se vivan esos momentos. Lo peor es que la gente ya no aspira a crearlos, ni a tenerlos, ni los desea, ni los comprende, porque muchas personas ni siquiera han tenido la oportunidad de vivir uno de esos instantes tan maravillosos. Qué triste.



La magia ha expirado y no sé si tiene arreglo.
Pero supongo que siempre habrá un par de almas descarriadas, como la mía, que decidan mantenerla en el camino... para iluminarlo todo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La llave que adopté.

En un pantalón de verano que me disponía a guardar hasta el próximo año, encontré por casualidad un pequeño objeto que, de no haber sido por el peso que añadía a la prenda, habría pasado totalmente desapercibido. Deslicé la mano al interior de uno de sus bolsillos y mis dedos rozaron algo frío y metálico. Deposité mi hallazgo sobre la ropa que ya había doblado y ordenado meticulosamente y observé con curiosidad. Sobre el fondo azul de una de mis sudaderas de  tamaño gigante, la llave que había encontrado destacaba como una estrella en la noche. Sin embargo, la notaba un poco apagada. 

Recordaba vagamente cuándo había llegado a mí, y también su procedencia. También la tonta ilusión del principio, ésa con la que la había manipulado y observado hasta saciar toda mi curiosidad y terminar memorizando su forma. Desgraciadamente, la llave había quedado huérfana hacía varios meses. La cerradura en la que encajaba, había desaparecido sin previo aviso. No había ni rastro de ella, salvo flashes que me hacían recordar su silueta y levemente lo que había tras las puertas que abría. El tiempo iba limando los recuerdos y, a veces, sentía que me inventaba la mitad de los secretos que había custodiado. Aquella llave se había quedado sin empleo y estaba destinada a perecer en el olvido.

Suspiré. Tomé la llave con cuidado y volví a mirarla con tanto anhelo como antes. La hice girar sobre mis dedos y medité sobre qué era lo que se debía hacer cuando una llave ya no podía abrir las puertas para las que había estado destinada. Pobre llave. Abandonar algo que había sido tan valioso me parecía demasiado cruel. Fue entonces cuando tomé una decisión. Me acerqué a un espejo y, tras pensarlo unos instantes, giré la cabeza y situé la llave sobre mi cuello. Estaba segura de que quedaría bien.

Cerré los ojos y ligué la llave a mí. Absorbí todo lo que me había enseñado, toda la información que me había traído, los recuerdos, los misterios que había guardado y todo aquello que había descubierto gracias a ella. Sentí una fuerte quemazón. Retiré la llave y abrí un ojo sin estar muy segura de qué era lo que había hecho. Sonreí al ver los resultados. Detrás de mi oreja derecha, acariciando mis venas, la silueta de una pequeña cerradura se había tatuado a la perfección. La llave brillaba en mi mano, lista para ejercer su misión una vez más. 

Me pregunté qué partes de su vida habría depositado en mí y cuales se habrían solapado con todo lo que llevaba tiempo guardado en mi interior. Una parte de mí me decía que había tomado una buena decisión y que era imposible que mi nueva adquisición me fuera a hacer algún mal. Acaricié el dibujo con cariño y después me levanté la manga para descubrir otra silueta similar sobre mi muñeca. Esta otra llevaba toda la vida conmigo. Era la marca con la que había nacido. Una cerradura más grande y enrevesada, desde la que despegaban unas ramificaciones simulando una enredadera. Hacía tiempo que nadie la abría y, por eso, parecía expectante, como si en cualquier momento un milagro pudiera tener lugar a su alrededor y ella fuera a poder, por fin, abrir sus puertas de par en par.

Sentí una chispa de tristeza. No recordaba dónde había depositado la llave de aquella otra compañera mía, pero suponía que pronto, muy pronto, alguien la hallaría y podría descubrir todos sus secretos. Me encogí de hombros, resguardé la cerradura original bajo el jersey y me dispuse a abrir las nuevas puertas que había conseguido. Quería saber qué había de nuevo en mi ser. 

No recuerdo qué ocurrió exactamente cuando hice girar la llave sobre mí. 
Sólo había luz. 
Luces por todas partes y un calor abrasador que me hizo respirar profundamente y sonreír de nuevo. 

jueves, 23 de octubre de 2014

Caca Seria.

Quiero escribir. 
Llevo tiempo queriendo escribir sobre la frustración que siento. 

Me estaba conteniendo porque decía: a ver Alba, este es tu blog, pero la gente que te lee no quiere leer basura de pronto. 
Entonces una parte de mi mente acentuó el "tu", y me di cuenta de que esta página es de mi propiedad y puedo escribir todo lo que me de la gana.
 Incluso si no es algo brillante, meditado y creado por esa parte de mi mente tan artística. 
Incluso si tiene un aspecto amorfo como lo que estáis contemplando.
Incluso si me da por colgar un selfie de mí subida a la lámpara.
O vestida de oso panda.

Y tal.


Por eso estoy aquí. 
Porque quería dejar algo escrito y aporrear las teclas y quedarme a gusto. 
Me apetecía muchísimo explicar algunas cosas que se me están pasando por la cabeza estas semanas,
 lo que ocurre es que no se consolidan en algo visible para mi mente creativa 
y no puedo sacar del vacío más absoluto un texto en condiciones.  


VOY A EXPLOTAR. 


Quiero un relato. 
Quiero una chispa. 
Quiero adueñarme del pasado y recuperar lo que me pertenecía y se ha quedado atrás.
Lo que han dejado atrás...
Lo que has dejado atrás.

¿Lo que he dejado...?

Bah.

Ahí queda esta mierda.

viernes, 3 de octubre de 2014

El último ladrillo.

Dos hombres ataviados con gabardinas grises, se resguardaban bajo un paraguas al borde de una acera recién arreglada. El cemento relucía entre las grietas de los nuevos adoquines y se oscurecía con las gotas de lluvia que escupía el cielo. El único lugar que permanecía seco se encontraba a los pies de los dos señores, que mantenían su mirada imperturbable fija en la casa frente a la que se hallaban.

A través de los barrotes de la intimidante puerta principal que unas gárgolas custodiaban sobre unas columnas, observaban el movimiento de una melena rubia que comenzaba a oscurecerse poco a poco bajo la lluvia. La dueña de la casa se encontraba en el jardín, ajena a su público, ajena a que se estaba calando, ajena, simplemente, al universo. Arrodillada en el césped, cubierta de barro, golpeaba unas vallas blancas para terminar de fijarlas al suelo y cercar del todo el terreno. En el porche de la casona en la que estaba trabajando (la cual había comenzado a construirse hacía apenas dos meses), aun se veían latas de pintura, montones de ladrillos sin usar, sacos de yeso apilados frente a troncos de madera recién cortados y miles de herramientas que habían sido, en su mayoría, terminadas de utilizar.


-No creo que lo logre- comentó uno de los individuos mientras afilaba el extremo de su bigote.


-Va por buen camino- gruñó el de la derecha, espiando a través de unas diminutas gafas a la mujer.


La chica, efectivamente, no parecía percatarse de la lluvia, ni de sus vaqueros totalmente embarrados, ni de sus manos llenas de rasguños. El hombre la admiraba en secreto. Con el ceño fruncido y el labio inferior aprisionado entre los dientes, no se rendía con el martillo y los clavos. Cuando ancló bien una valla a otra, volvió al porche y cogió la brocha. Las paredes de fuera comenzaron a adquirir color a cada pincelada. La lluvia aguaba lo pintado y teñía los brazos de la muchacha con ríos arco iris. No le importaba.


-Está empeñada en acabar de construir la dichosa casa.


-Mansión.


-Casa.


-Mansión. Es una jodida mansión. Enorme. Sobrecogedora- el hombre del bigote arrugó la frente y negó con la cabeza. Fue a decir algo, pero su compañero fue más rápido-. Acéptalo de una maldita vez. Es la casa que nunca jamás en tu vida podrás tener.


El hombre se recolocó el sombrero de copa y bufó.


-Es imposible que la haya construido ella sola. Seguro que el interior es una birria.


-Estás celoso.


-¡No estoy celoso!


-Vimos ayer por la mañana el interior a través de los ventanales de la parte de atrás, y ambos estuvimos de acuerdo en que era una obra de arte. Hay casas preciosas que son un caos por dentro. Hay casas horribles cuyo interior concuerda perfectamente con lo que esperas al ver la fachada, y hay casas preciosas por dentro y por fuera. Y deberías admirar que una sola persona haya sido capaz de algo así. Todos desearíamos crear algo tan bello.  


-¡Pamplinas!


El individuo del bigote se vio impulsado fuera del paraguas. Se resguardó con toda la dignidad que le quedaba en su gabardina y se cruzó de brazos, comenzando a calarse él también.


-¡Vete al infierno!- su compañero no le miraba. Seguía con los ojos clavados en la muchacha. Le hizo un gesto con su mano libre para que se callara-. Eres lo peor. Me marcho al coche. Ahí te quedas. Congélate si quieres, pasmarote.


Ante el sonido de una puerta de automóvil cerrando de un portazo, el hombre que quedaba frente a las inmensas puertas de hierro suspiró. Se giró un momento para otear ambos lados de la acera. La noche se tendía sobre sus cabezas y nadie quería estar fuera de su casa. Cuando volvió a enfocar los jardines de la mansión, se encontró con unos ojos enormes observándole con una sonrisa tímida.


-Hola- dijo la muchacha a la que había estado espiando desde hacía meses. Apoyaba la cara entre dos barrotes y esbozaba la sonrisa más tímida y bonita que había visto jamás.


Apenas pudo balbucear unas palabras para responder.


-Voy a organizar una fiesta para inaugurar mi nueva casa- comentó con toda normalidad. Las gotas de lluvia rodaban por sus mejillas.


El hombre, sintiéndose un grosero todo seco bajo el paraguas, se acercó a la verja y trató de levantar el paraguas y pasarlo sobre ella para cubrir a la joven... pero algo se lo impidió. Una fuerza invisible impulsaba el objeto hacia atrás y hacía imposible completar la maniobra, como si las gárgolas de las columnas hubieran extendido una cúpula alrededor de toda la propiedad. Bajó el brazo con lentitud, extrañado. La muchacha miró hacia arriba y se sonrojó al comprender la intención del hombre.


-Disculpe- susurró desviando la mirada. Se encogió de hombros, como si todo su ser le pidiera perdón- aún no estoy lista para dejar que entren aquí.


Se inclinó un poco hacia la derecha, lo justo para ver el coche aparcado tras el hombre y el pasajero que, alucinado ante el hecho de ver a la joven hablando por primera vez, había vuelto a salir del coche y se apoyaba en la puerta de este, mesándose el bigote y observando a cierta distancia, casi con miedo, lo que sucedía.


-No-no-o tiene por qué disculparse. Este es su...- el individuo agitó la mano en busca de la palabra.


-¿Territorio?


-Imperio- dijo casi a la vez.


-Mi imperio- repitió la chica masticando la palabra. Sonrió- sí. Creo que me gusta.


Rebuscó en sus bolsillos y sacó un papel algo húmedo y arrugado.


-Tome, es la invitación oficial.


El hombre la tomó con sumo cuidado, tratando de no rozar la mano pequeña y blanquecina que había atravesado los barrotes para entregársela.


-¿Por qué... ? ¿Por qué estamos invitados?  ¿Por qué antes no...?


-Supongo que no es la primera vez que me visitan. ¿No es así?- el hombre asintió-. Creo que todo ser vivo que haya presenciado la construcción de mi nuevo hogar tiene derecho a visitarlo cuando le plazca. ¿No cree que es lo justo?


-Sí pero... ¿por qué ahora?


-¿Usted habría enseñado su obra medio derruida?


-No señorita.


-No es una buena idea mostrar algo inacabado, algo fragmentado, algo impropio de lo que en realidad se quiere enseñar. Mi "imperio" necesitaba una urgente reconstrucción y remodelación- la joven se dio la vuelta y observó la casa. Después, más para ella que para otra persona, susurró-. Creo que por fin está lista para abrir sus puertas. Y para dejar pasar a quien quiera entrar, ver y buscar respuestas.


-¿Respuestas?


La muchacha se giró de nuevo hacia el hombre.


-¿Cómo?


-Usted ha dicho...


-Ah, sí, sí- volvió a sonreír a modo de disculpa-. Respuestas. A veces la gente busca respuestas en las casas ajenas, ¿sabe? Antes no podrían haber encontrado nada en ésta. La había convertido en una especie de bunker. Pero ya no será necesario que la cúpula permanezca. Me he esforzado mucho. Está lista para ser mostrada.


Y sin despedirse, con aires misteriosos sin pretenderlo, volvió a internarse en la mansión y desapareció tras una puerta. El hombre, paralizado por la extraña situación, despertó de su ensoñación con un empujón de su gordo amigo.


-¿Qué te ha dado? ¿QUÉ TE HA DADO?


El papel que la joven le había entregado permanecía estrujado en su mano, como si no fuera con él.


-¡Ábrelo maldito estúpido! ¿A qué estás esperando?- se lo quitó de las manos.


El hombre, con movimientos lentos, sólo alcanzó a toquetearse las gafas mientras volvía a la realidad y enfocaba la vista hacia el papel que su acompañante desdoblaba.


"Quedan cordialmente invitados a la inauguración de mi nuevo hogar.

Su constante preocupación por el rumbo que tomaría mi proyecto les otorga un lugar de honor en este maravilloso día. Busquen las llaves de la entrada en los alrededores. Si miran con el corazón, no les será complicado hallarla. Cuando la encuentren, todas mis puertas estarán abiertas para ustedes. Sin excepción. Ha sido una reconstrucción lenta y paulatina, con altibajos en algunos periodos, pero al fin, creo que he logrado terminarla. 

Bienvenidos a este comienzo. Sobre todo, bienvenidos seáis los que ansiabais ver más allá de la fachada cuando observasteis cómo colocaba el primer armazón para los cimientos.


Atentamente: La emperatriz de La Torre de Marfil".



sábado, 27 de septiembre de 2014

Nómadas.

-Yo a ti te conozco.

-Es posible- susurró.

-¿No eres la protagonista de la película esa que dejé a medias el otro día?

-La misma.

-¡¿Qué demonios haces aquí?!

Ella sonrió avergonzada. Se encogió de hombros.

-Huir, supongo- musitó mientras se echaba a un lado. 

-No lo entiendo. ¿Cómo...? ¿Por qué?- le preguntó mientras se sentaba a su lado.

-La historia no iba a acabar muy bien. Era mejor retirarse a tiempo.

-Pero... ¿y la película? ¿Qué va a pasar con ella ahora?- notó su reticencia a hablar. La tomó la mano y apretó levemente-. Vamos, necesito saber lo que ha sucedido para comprender.

Ella apretó los labios y bajó la cabeza. Suspiró. Después alzo la mirada y volvió a sonreír brevemente. Guardó silencio unos minutos más mientras organizaba sus ideas. Cuando comenzó a hablar, su voz inundó la habitación.

-Hay veces que vivimos de historias que no nos pertenecen. Tramas que se nos entregan para que las observemos y las moldeemos, para que veamos en ellas lo que queremos ver de tal manera que sigamos adelante sin mirar atrás. Para que secuestremos pedazos y los utilicemos al construir nuestros propios guiones. Para retocarlas y que fluyan como es debido, y para otras muchas cosas que sólo se averiguan con el paso de los años. 
Hay puntos de esos cuentos en los que llega el momento de tomar decisiones pensando en uno mismo- hizo una pausa al decir esto, y esperó hasta que su interlocutor asimiló sus palabras-. A veces es hora de dejar que la historia sobreviva sin ti, y de dejar que la protagonicen otros. Entonces, cuando llega ese instante, cuando todo tu mundo se derrumba y decides renacer, es cuando hallas el camino hacia la felicidad.

El joven buceó unos segundos en aquella reflexión.

-Entonces... ¿qué ocurre si permaneces mucho tiempo en un lugar que no sientes como tuyo?

Ella se sorprendió por la pregunta y rió con tristeza. 

-¿Si no desapareces a tiempo? Dame la mano- le extendió la palma y posó su puño cerrado sobre ella-. Si no sabes cuándo retirarte de los caminos de otros, esto es todo lo que obtienes.

El chico esperó, pero no notó nada cuando la joven abrió la mano.

-¿Vacío?

-Sí...- susurró mientras asentía- La Nada. Un abismo tan oscuro que termina por arrebatarte todas tus fuerzas...

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Tres hechos.

Sientes tus adentros retorciéndose y desordenando el caos. 


Te ves, de pronto, frágil. 

Eres una lámina de vidrio que estalla y que, 



al tocar el suelo, 


convierte sus fragmentos en lágrimas. 


sábado, 16 de agosto de 2014

El esbozo de la muerte

"Tomás. 
57 años.
Soltero.
Desempleado.
Fracasado en todas las facetas humanas.
¿Propósitos en la vida? Morir siendo alguien.
¿Posibilidades? Nulas."

Tomás arribó en su casa a eso de las siete. Abrió la puerta y, por primera vez desde que vivía allí, no llegó a cerrarla. Así, pensaba, sería más probable que alguien lo encontrara antes de que su cuerpo fuera rígido como las piedras. Quería salir bien en las fotos. Soltó las llaves sobre la mesa de la entrada y subió los escalones con lentitud, como midiendo el espacio de un recorrido que nunca le había interesado en lo más mínimo. La bolsa que llevaba en la mano pesaba, pero transportarla no le resultó incómodo, pues sabía que lo que contenía era el culmen de su magnífica idea. El resto del plan llevaba semanas preparado en una destartalada habitación de su propia casa, aguardando a que su "arquitecto" terminara de ligar todos sus hilos.


Tomás llegó a la sala elegida. Se detuvo justo en medio del marco de la puerta y observó la habitación. Se movió un paso hacia la derecha y volvió a mirar. Hizo un gesto de aprobación. Se quitó la chaqueta de dos tirones y la lanzó al pasillo. Nada de contaminación en su obra.


En el centro de la sala, una rudimentaria cuerda pendía de un gancho anclado recientemente al techo. La soga se mecía como echando de menos un cadáver que la mantuviera en su sitio. A sus pies, una banqueta diminuta esperaba que alguien subiera sobre ella y la desplazara para poner fin a sus días. Debajo, un papel blanco hacía las veces de alfombra, cubriendo una gran sección de la habitación. Los laterales fijados con cinta aislante,  impedían que ondeara a su gusto por el parqué. 


Tomás se arrodilló en una esquina. Sacó de la bolsa tres latas de pintura y, tras abrirlas a golpes, esparció su contenido por el perímetro que rodeaba el papel blanco. Tuvo cuidado de no manchar las esquinas. La madera desnuda se tiñó de rojos, azules y amarillos. Después, Tomás se quitó los zapatos y los calcetines, rodeó aquel desastre con sumo cuidado y se situó en el centro de su obra. Estiró el cuello hasta ver a través de la soga y comprobó que, una vez hiciera a un lado la banqueta, solo las puntas de sus pies rozarían el suelo. Sonrió, satisfecho. Salió del inmenso cuadrado de papel y puso los brazos en jarra. Volvió a inspeccionar la habitación. ¿Se olvidaba de algo? Tenía la soga, tenía el papel, tenía banco, tenía... oh.


Tomás bajó los escalones de dos en dos. Entró en su despacho y tomó un rotulador de un escritorio que nunca más utilizaría. Volvió a subir y volvió a esquivar la pintura esparcida por el suelo. Se arrodilló en una esquina de su construcción y firmó con muchísimo cuidado el papel que cubría la tarima. Miró su reloj de muñeca y escribió la hora que marcaba con cinco minutos de más. Después apuntó la fecha, mencionó algo entre comillas y observó con satisfacción el resultado. Pasó la mano por encima, con el mimo de una despedida, y se incorporó de nuevo.


Se tomó su tiempo para sacar las latas de pintura vacías de la habitación. Tomó la bolsa y cogió lo último que contenía. Un cartel que rezaba "No pisar" donde salía un monigote fregando. Arrugó la nariz. Era lo único que había podido encontrar. Con el rotulador tachó la fregona y ahorcó al monigote con dos trazos gruesos y un redondel. A sus pies, dibujó un cuadrado. Volvió a sonreír. 


Segundos más tarde, un hombre acabado situaba ese mismo cartel en el marco de la puerta, custodiando la entrada a la sala. Se miró en un espejo y desabrochó los dos primeros botones de la camisa. Tenía que ser una muerte perfecta. Estiró el cuello, sacudió las manos y los brazos y miró el reloj. Apretó los labios.


-Allá vamos.


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En un segundo piso, policía, médicos y periodistas se apoltronaban a las afueras de una habitación. Un hombre se había suicidado.

Lejos de haberlo descolgado para dar paz a su cuerpo, el hombre seguía allí, muerto, sonriente y satisfecho. Los flashes no dejaban de deslumbrar la penumbra del patíbulo. Infiltrado entre la muchedumbre, un artista cotizado hablaba con entusiasmo por teléfono.

-Es increíble. Una obra que pasará a la historia. Nadie ha hecho una cosa igual jamás. Valdrá millones de euros. Los coleccionistas se pelearán por tener algo semejante decorando las paredes de sus salones...- dijo antes de colgar el teléfono.


Volvió a recorrer con sus ojos al creador de la maravilla que sería la atracción principal de su museo... o de la casa de algún millonario. Después, deslizó otra vez una mirada lujuriosa por su nuevo tesoro. Quien primero la ve, es quien tiene derecho a reclamarla. 


Sobre un rectángulo blanco de papel, caían aun pequeñas gotas de pintura procedentes de los pies de un muerto. Al borde del mismo, charcos espesos de la misma pintura se comenzaban a secar. De aquellos lagos coloridos, surgían las huellas de unos pies descalzos que nunca más caminarían, y se adentraban en el improvisado lienzo. El artista se imaginó con regocijo la escena. 


Tomás, 57 años, soltero, desempleado, decide acabar con su vida marcando su nombre a fuego en la historia del arte. Camina, con sus pies enfangados en pintura, hacia su muerte. La mirada altiva, una media sonrisa en los labios. Intenta no bajar la vista hacia el papel blanco que está adornando a cada paso. Sube a una banqueta y no le importa mancharla. Mete el cuello en la soga, la aprieta y con todas sus fuerzas, patea el pequeño taburete para que salga del perímetro de su obra maestra, del culmen de su vida. El primer tirón le deja sin aire. Sus pies rozan el suelo, pero no lo suficiente como para eludir la muerte.


El artista sigue los trazos aleatorios que impregnan el papel. Se imagina los pies de Tomás dando tumbos en el aire, corriendo hacia la Nada y dibujando mientras tanto, bajo él, la representación de su propia agonía. Algo aplaude en su interior. Suelta una débil carcajada.


-Es una maravilla- susurra.


-¿Perdone?- un periodista lo examina con desconfianza.


-Nada, nada.


El artista mira el cartel de "No pisar" y trata de esconder la sonrisa. No debe parecer feliz. ¡Está ante un suicidio! Pero oh... qué suicidio tan hermoso. Vuelve a recorrer el cadáver, el traje inmaculado que lleva, contrastando con su tez rojiza, su mueca engreída... sigue sus ojos hasta una esquina del cuadro que sus pies han decorado. Allí, escrito con un rotulador negro, repasa una vez más sus últimas palabras:

Tomás Gómez Ulloa. 16 de Agosto de 2014, 20:17. "El esbozo de la muerte"

miércoles, 13 de agosto de 2014

La sabiduría del lobo.

Las hojas revestían el techo de la senda que recorría. Descalza y con el corazón destruyéndole las costillas, saltó el primer obstáculo que se interpuso en su camino. A pocos segundos de sus pies, su lobo la seguía con fidelidad inquebrantable. Cuando el trote de sus patas sonaba cerca y parecía a punto de rozarle las piernas, comprendía que estaba perdiendo ritmo y volvía a acelerar. Corría por inercia, porque era básicamente lo que el cuerpo le pedía: desgastar sus músculos, mezclarse con la tierra, perderse entre árboles y flores y espinas y piedras y cielos inalcanzables. Seguía sus instintos como un animal enjaulado.

 Cuando llevaba horas explotando su resistencia, el lobo frenó en seco y aulló. Se obligó a parar y a girar la cabeza por primera vez en mucho tiempo, para mirar a sus espaldas. Su lobo la alcanzó con lentitud, a pasos pequeños. Después se sentó a sus pies, con la lengua fuera, y la golpeó la mano como pidiendo disculpas por parar su carrera infernal. No podía seguirla más tiempo, comprendió.


La joven se arrodilló con pena. ¿En qué estaba pensando? ¿A dónde se dirigía? Sentía la sangre palpitante en las mejillas y pinchazos en todo el cuerpo y, aún así, había decidido seguir corriendo. Miró a su alrededor, desubicada. 


-¿De qué estábamos huyendo? ¿Ah?- musitó entre bocanadas de aire. Juntó su frente con la cabeza del lobo y le rascó las orejas-. Perdóname.


El lobo se tumbó sobre la hojarasca con un gemido suave, totalmente derrotado. Él no tenía las respuestas que buscaba. Ella se dejó caer a su lado y hundió los dedos en su grisáceo pelaje. Después bajó la cabeza hasta apoyarse en su lomo y abrazó a su amigo con cariño. Se permitió cerrar los ojos unos instantes y trató de hacer memoria. ¿Dónde estaban? ¿Por qué corrían sin descanso?


 Minutos más tarde, oteaba la senda de la que habían venido. Sus huellas habían dejado profundas muescas en la tierra húmeda y se perdían en el horizonte. Habría sido fácil dar marcha atrás y regresar al principio de todo. Encontrarse. Permaneció varios minutos en silencio, tanteando esa idea, mientras que en aquel fragmento de paisaje sólo se escuchaba el vaivén de las hojas y el suave desliz de su mano sobre el lomo del lobo. Éste yacía tumbado en el camino, entregado a sus caricias. Inspiró una vez, profundamente, y de pronto levantó las orejas y las dirigió a sus espaldas.


-Yo también lo he escuchado- comentó su dueña dándole unos suaves golpes en la cabeza.


Ambos se levantaron poco a poco. Ella quedó de pie, mirando hacia el lugar donde se perdían los pasos dados. Él, observaba el mismo punto en la lejanía, sentado a su lado. La joven posó una mano sobre su cabeza, notando la ansiedad crecer en su interior. Algo se aproximaba por el sendero, directo hacia ellos. ¿Significaba que tenían que volver a correr de nuevo? Dio un paso atrás, y entonces notó cómo su compañero bostezaba como si aquella historia no fuera con él en absoluto. Ella lo observó con curiosidad. Primero a él, y luego a la oscuridad del camino recorrido. El lobo la miró con ojos inteligentes y volvió a rozar su hocico contra su pierna. Se perdió en sus pupilas animales y se empapó de la tranquilidad de quien no tiene nada que perder, sino alguien a quien seguir por encima de todas las cosas.


De pronto toda aquella situación le pareció totalmente ridícula. Una risa absurda la golpeó el pecho y se abrió paso hasta cortar el silencio. Aun riendo, y con un gesto leve de cabeza para invitar a su amigo a seguirla, comenzó a adentrarse en las tinieblas de sus miedos. Había llegado la hora de enfrentarse a un par de pesadillas.

lunes, 11 de agosto de 2014

¡¿Qué?!

Tercera vez que empiezo esta entrada. No sé si enfocarla con rabia, si rebozarme en mi miseria o si debo ironizar hasta haceros reír. La cuestión es que Corazón de Piedra a veces tiene unos errores magistrales y entonces, cuando no apaga el interruptor emocional a tiempo, me altero y solo quiero volcar la mesa y chillar. Además, parece que el planeta Tierra se ha confabulado para poner trabas a mi recuperación mental. Es decir, cuanto más cerca estoy de ser una persona feliz, ilusa de la vida, despreocupada, pone en mi camino algo en lo que fijarme y hace que todo a su alrededor sea retorcido. Inusitadamente, todas las cosas que podrían suponer un problema para mí, se instalan alrededor de ese algo, dándome motivos suficientes para estar preocupada. Me mantiene en vilo, alerta, preparada para recibir un disparo que, por las circunstancias, es más que evidente que llegará. Esto sucede JUSTO en los momentos en los que más centrada necesito estar. JUSTO cuando quiero que las cosas externas que me rodean sean un mar en calma. Es como... ¿EN SERIO? ¿ME ESTÁIS VACILANDO? Y así es como me doy cuenta de que la debilidad es mi peor defecto. Una piedra. Debo convertirme en una piedra como sea.

viernes, 1 de agosto de 2014

El huésped.

Empezó siendo una chispa de locura, pequeña y escurridiza. Bailoteaba en los ojos de su dueño cuando un chiste le parecía extrañamente coherente, o cuando el clima traicionaba todas y cada una de las costumbres de la naturaleza. A veces se colaba entre las palabras y hacía reír a los presentes. Otras, provocaba una carcajada apagada a quien la atesoraba, creando imágenes que vibraban en el subconsciente y que le hacían cosquillas. 

Como todo lo que existe, pasó el tiempo y fue creciendo. Se alimentó de sentimientos amortiguados y de los restos de la ira tibia que a veces aporreaba todas las ventanas de su casa. Sembró el caos en una mente completamente racional y se sintió satisfecha.

Una vez, mientras se mecía tras unos ojos cerrados, acarició ciertos recuerdos y trajo consigo un puñetazo limpio dirigido a una mesa. Todos los cubiertos que había sobre ésta vibraron, y el dolor reptó con ímpetu por un brazo desnudo, arrancando un leve quejido y una fila de lágrimas ahorcadas.

La locura observó aquella reacción y chasqueó la lengua mientras se balanceaba por los rincones desconocidos de sus nuevos dominios. Comprendió que, si seguía haciéndose notar, terminaría por destruir su recién adquirido imperio. Por eso dejó que las pastillas consumidas la adormecieran y se conformó con arrinconarse en una habitación pequeña e invisible para los humanos.

No obstante, algunas noches, la locura se sentía atraída por el silencio y saludaba a la superficie con gesto indescifrable. Era entonces cuando, acunando el aullido de los truenos, se podía escuchar la carcajada satisfecha de un hombre, repiqueteando en la oscuridad como el granizo sobre las hojas secas.

domingo, 20 de julio de 2014

No preguntéis.

Después de años programando.
Después de tres tragedias, ocho asedios y cinco balas esquivadas.
Después de infinitos ensayos y una sola función bien representada, la joven Shia se rebela.
Tira el guion a la basura y lo patea.
Tira 46 frases, 2853 palabras y 406 movimientos de manos.
Tira parte de la lección aprendida para que sea el azar quien mueva los hilos del destino. Shia huele el desastre.
Observa el camino andado.
Observa dos promesas, una espina y 320.493.823.049 despedidas, renuncias, huidas.
Observa el tiempo y se entristece. Shia mece el miedo y apuesta por sí misma.
Shia afronta.
Shia reza cinco, seis, siete veces.
Shia improvisa. Shia vence.

martes, 24 de junio de 2014

El estallido.

Disparó una, dos, tres veces. Sentí cómo las balas penetraban en mi cuerpo, ardían, prendían la carne... y luego nada. El dolor se apagó tan rápido como había venido. La sorpresa inicial se apaciguó. Me incorporé mirando mis manos ensangrentadas, alcé la vista hacia el ser que aún sostenía el arma en alto y me eché a reír. Mi carcajada hizo reverberar las paredes como si el hielo más afilado estuviera creciendo en sus entrañas.

Fue entonces cuando La Bestia, oculta tras un rostro de humano, frunció el ceño al sentirse contrariada. Miró con calma el arma de fuego que sostenía y terminó por vaciarla con dos golpes secos. Las balas que habían quedado intactas en su interior repiquetearon sobre el suelo de la habitación. Ladeé la cabeza, observando sus movimientos, y di dos pasos hacia ninguna parte.

-Te dije que no funcionaría.

Los ojos claros de La Bestia no me miraron. Observaron el movimiento de sus propias manos dejando la pistola sobre la primera mesa que encontraron.

-Te dije que lo intentaría hasta el final. Hasta sacarte de ahí dentro- su voz grave hizo vibrar el aire. La seguridad de sus palabras, mariposas de ceniza en mi pecho.

Noté un chispazo de interés. Un acorde de deseo... Desapareció. El lugar de esos sentimientos fue ocupado por una pizca de humor barato. Esbocé una sonrisa condescendiente.

-Intentas encender un interruptor que lleva demasiado tiempo apagado- comenté una vez más. Era el mismo discurso de otras vidas, de otros meses, de otras horas. Paseé distraidamente las manos por los agujeros ennegrecidos que habían usurpado mi camiseta. Chasqueé la lengua con disgusto-. No era necesario que me acribillases de esa forma. Ambos sabíamos que ese no era el camino.

-Ah, pero... ¿es que acaso hay un camino?- fue el hombre el que esa vez usó un tinte sarcástico en su entonación.

-Eran solo palabras, aunque quizás...- alcé la mirada hacia el rostro de La Bestia. Nuestras pupilas coincidieron fugazmente. Sonreí-. No, no creo que haya ningún camino.

Di la espalda a mi acompañante y anduve con tranquilidad hasta toparme con la barra del salón. Una sombra me sirvió una copa de vino tan pronto como posé mi mirada en ella. Agaché la cabeza en un agradecimiento silencioso y me giré para ver danzar a sus hermanas por el resto de la sala. La oscuridad viraba de un lado a otro en una cadencia misteriosa. Me llevé la copa a lo labios y disfruté del sabor dulzón de su contenido durante unos minutos.

La Bestia había permanecido quieta en el centro de la sala. Una mano estaba apoyada sobre el arma con  la que minutos antes me había disparado. La otra yacía escondida en un bolsillo de su chaqueta, donde sin duda alguna, aferraba un antiguo reloj.

-Es hora de cambiar las cosas- apenas escuché lo que decía. Moví la cabeza mínimamente, un gesto que me permitió mirar directamente al joven sin esforzarme demasiado. Él hizo de espejo-. Lo hemos intentado todo. Y no hay más tiempo para ti.

Alcé una ceja mientras removía el contenido de mi copa. Estaba claro que había oído demasiadas veces esas mismas palabras. Escuché sus pasos aproximándose y desvié la mirada con aburrimiento. De pronto, su rostro joven estaba de nuevo frente a mí, con los ojos prendidos en llamas y un calor sofocante naciendo de él. Las sombras que nos rodeaban se replegaron un poco y decidí que quizás era una señal de que debía prestar atención a la situación. Durante unos segundos no sucedió nada pero, de pronto, mi copa se había hecho añicos contra el suelo y la mano derecha de La Bestia se hundía en mi estómago y se tintaba de carmín con mi sangre. Boqueé varias veces. Maldije y me aferré a la barra que quedaba a mi espalda.

-¿Qué demonios... pretendes?- mascullé. Como respuesta, retorció su mano en mis entrañas-. ¿No entiendes... que tus garras harán el mismo papel que tus balas sobre mi ser?

Acerqué mi cuerpo al suyo, hundiendo más la herida, desafiándole.

-No puedes ganar... 

La Bestia contuvo el aire. Su expresión no cambió un ápice mientras su mano cambiaba de rumbo en mi interior. Trazó un recorrido de subida que me provocó nauseas. Entonces se acercó a mis costillas y comprendí lo que pretendía. <¡No!> chilló mi mente. <<¡Aléjate!>>. Su mano destrozó mis pulmones, se abrió paso entre venas y arterias y tocó las paredes de piedra de mi corazón. Tomé una última bocanada de aire cuando sentí que lo acunaba en su palma. Me ardieron los ojos.

-No lo hagas- susurré, pero no había piedad en su mirada.

-Éste es el camino- dijo y, por un momento, creí ver un pequeño destello de miedo en sus facciones-. Enciéndete.

Entonces sus uñas fragmentaron las paredes de piedra. Durante unos minutos no pasó nada. El tiempo paró para darme un respiro. Pero entonces se escuchó un latido. Su mano apretó las corazas del Corazón de Piedra y las fragmentó sin ningún titubeo. El primer golpe fue el peor. Recuerdo la ola de caos recorriendo la estancia, las sombras chillando, el goteo de la sangre. Recuerdo el pasado reclamando su lugar, el amor y el odio contrarrestándose. Recuerdo la ira y el miedo, las imágenes de los años perdidos reptando por doquier. El dolor de las heridas atravesando los boquetes de mi vida, ver el puzzle deshacerse y recomponerse de nuevo. Me vi estallar y renacer en cuestión de segundos. Toda una vida ante mis ojos. Lloré, pero cuando me iba a desplomar, exhausta, La Bestia me sostuvo. Noté cómo sus manos temblaba y el aire serpenteaba a nuestro alrededor. 

No fue hasta pasadas varias horas cuando noté unas alas rodeándome. Abrí los ojos lo suficiente como para confirmar que nacían de la espalda del joven que me había rescatado. Volvimos a cruzarnos en la Nada.

-¿Qué eres?- articulé. Él esbozó una media sonrisa.

-Un ángel caído- posó su palma, ya limpia, sobre las heridas. Observé cómo se cerraban y arrastraban parte del dolor.

-Parece que al final, has encontrado El Camino- me miró con curiosidad.

-Sí...- sonrió con satisfacción. No había ni rastro del fuego en su rostro, pues se había extinguido mientras reavivaba lo que quedaba de mí-. Te he devuelto tu humanidad.


viernes, 6 de junio de 2014

Reconstrucción-----[La esencia de las cosas (II)]

Desperté en un callejón sin salida. En una mazmorra sin puerta. En un solar sin aire.
Desperté y lo primero en lo que pude pensar era en que conocía ese lugar. No era la primera vez que pisaba aquellas piedras, arrastraba las manos por sus paredes y me preguntaba cómo podía salir de allí. El olor familiar de aquella habitación me hizo cerrar los ojos y apoyarme para no perder el equilibrio.

-Vuelves a necesitarme- la voz me sobresaltó.

Giré sobre mis talones y me encontré con un joven al que mi mente recordaba vagamente, como si en otra realidad nos hubiéramos cruzado y compartido una charla intrascendente. Mis ojos pasearon por su rostro tratando de ubicarlo en el tiempo, pero solo lograba enfocar retales de vidas que no parecía mías, recuerdos sin orden... pedazos de una historia.

El chico siguió frente a mí, con el rostro calmado, esperando a que terminara los trámites con mi pasado. Cuando notó que enfocaba de nuevo la vista, sonrió con pesar.

-Ha pasado mucho tiempo desde entonces- comentó, y sonó como si justificara el que mi memoria se hubiera vuelto tan frágil y olvidadiza.

Dio un par de pasos hacia mí y comenzó a pasear a mi alrededor. Me rozó la mano izquierda y me estremecí. Cerré los ojos mientras él comenzaba a hablar.

-Nos conocimos en un bar hace muchos, muchos años. Ambos perdidos, ambos rotos. Recuerdo cómo mirabas un vaso maltrecho y comprendía que estabas muy lejos de aquella barra de mala muerte- aunque no le veía, supe que volvía a sonreír a mis espaldas.

Su voz revolvía algo en mi interior. No sabría cómo explicarlo. Todo en él representaba soledad, pérdida... un vacío tan grande que nadie podría salvarlo si él no tendía su mano. Sin embargo, también había una luz en su forma de pronunciar las palabras. Había una certeza, una esperanza ciega que me deslumbraba. A medida que le escuchaba recordar, fragmentos de mi presente regresaron a mí. Cómo había llegado al interior de aquella piedra. Qué me había devuelto a mi encierro personal. Por qué había regresado. Mis sentimientos me golpearon y me hicieron boquear, pero él no cesó de hablar y, al cabo de unos minutos, retornó a mí el frío, la indiferencia. Sentí el boquete en la mente y comencé a procesar únicamente lo que percibían mis sentidos. La información del pasado, la información de mi cerebro, se desplazó a un lugar inútil en mi mente. Mi interlocutor calló de pronto y volvíó a situarse frente a mí. Una luz parpadeó sobre nosotros, como si de un momento a otro fuera a apagarse. Él me taladraba con sus ojos claros.

-Reconozco esa mirada. Fue exactamente así como te encontré la última vez. Desconectada. ¿Todavía no me recuerdas?- deslizó su mano por mi brazo hasta alcanzar mi mano y entrelazar sus dedos con los míos. Tiró de mí-. Estoy aquí para recuperarte, para sacarte de nuevo a flote.

Arrastró mi otra mano por encima de su hombro y se pegó más a mí. Algo en mi interior llamó a la puerta. Lo ignoré. Traté de explicarle que a esas alturas no necesitaba su ayuda y, de pronto, estábamos en una posición familiar, y él comenzó a arrastrarme de un lado a otro en el interior de la coraza en la que nos hallábamos. Un flash vino a mi mente.

-¿Bailamos?- musité.

-¿Cómo?

-¿Bailamos?- entrecerré los ojos para escudriñar la nada. Busqué en las paredes desnudas los recuerdos-. Sí... bailamos. En aquel bar. Tú y yo.

Noté cómo una sonrisa triste se dibujaba en su cara. Escuché un suspiro de alivio.

-Sí, sí... claro que sí. Esa noche bailamos- su voz volvió a garabatear en mi mente imágenes olvidadas-. Estábamos perdidos... ¿recuerdas? Tan lejos del mundo, tan huérfanos de esperanzas. Nos dimos una nueva oportunidad.

Él siguió moviéndose al ritmo de una música invisible. "Hoy también bailamos" comprendí. "Está intentando salvarme de nuevo". Una chispa me recorrió la espalda. Me apoyé más en él y traté de aprender una vez más cuál era la salida en aquella jaula de cristal, no obstante, supe que una parte de mí se encontraba a gusto allí dentro, como si en mi vida solo mereciera una cárcel llena de mis propios fantasmas. Como si perteneciera a aquel sitio.

-¿Qué te ha traído aquí esta vez?- preguntó con suavidad- Trata de recordarlo.

-A veces necesito estar aquí- la verdad se escurrió entre mis labios. Noté cómo la frustración asomaba en mi pecho-. Me destierro a mí misma cuando me siento perdida, para encontrar perspectiva. Pero a veces no me sale bien.

-Creo que algo dentro de ti lo sabía. Sabía que no estabas preparada para regresar. Por eso estoy aquí.

-A veces me destruyo más tratando de rescatarme- confesé, y una risa absurda me agitó la respiración.

-Baila- me ordenó-. No puedes derrumbarte de nuevo.

-Puede que eso sea exactamente lo que necesite. Derrumbarme del todo. Arrasar con las cenizas y renacer de ellas.

-O puede que si haces eso te pierdas para siempre- noté cierta inquietud en su voz.

El silencio dejó un nuevo vacío en la estancia. El único sonido que podía percibir era el de nuestros zapatos contra la piedra, el titilar de la bombilla... nuestros corazones.

-Esta vez no va a servir un solo baile- afirmé.

-Lo sé.

-¿Te irás?- un deje de preocupación impregnó mi pregunta.

Noté contra el cuello cómo negaba con la cabeza. Se incorporó un poco para mirarme a los ojos y dejó de moverse. Aguardó para volver a hablar. Mi mano resbaló por su hombro, y él la aferró y me apretó ambas antes de besarme los nudillos. Me perdí una vez más en sus ojos, como hacía años, en aquel bar donde el Jazz de fondo lo impregnaba todo.

-Esta vez vengo para quedarme. Cada vez que vuelvas aquí...- miró con tristeza la habitación en la que nos encontrábamos. Su voz sonó firme-. vendré a por ti.

-¿Para bailar?- susurré.

-No- negó con una pequeña sonrisa en los labios- para recordarte quién eres.


*La esencia de las cosas (I) http://garabatolvidado.blogspot.com.es/2013/10/aparecio-en-aquel-bar-de-mala-muerte-y.html
*** Erosión (III) http://garabatolvidado.blogspot.com.es/2015/02/erosion-la-esencia-de-las-cosas-iii.html

domingo, 11 de mayo de 2014

Máscaras invisibles.

Interrumpió su relato, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para continuar. Su interlocutor suspiró con cansancio.

-Estás nerviosa- afirmó sin apartar la mirada del horizonte-. Te pones nerviosa y nunca terminas de decir lo que quieres decirme.

Ella esbozó una sonrisa condescendiente. Sabía que él tenía razón.

-No es cierto- masculló, a pesar de todo.

Desde donde estaba situada, vio cómo él bajaba la cabeza y volvía a suspirar. Trataba de no echarse a reír y negar con la cabeza a partes iguales. Era un gesto que denotaba su desesperación unida a una inusitada tristeza. Vio cómo apoyaba los antebrazos en el alfeizar de la ventana y abría las manos hacia arriba. Rendición

<<"Lo sabe. Lo sabe todo. Es demasiado inteligente.>>

Mientras pensaba en ello, observó cómo se giraba hacia ella y se encogía de hombros. Cuando sus miradas se cruzaron, los de él tenían un matiz extraño. Una invitación silenciosa. El escrutinio de quien teme estar equivocado en sus cavilaciones. Se estaba replanteando la situación. Al comprender aquello, la joven estuvo a punto de perder la compostura... y bajó la mirada, incapaz de sostenerla más tiempo. El silencio filtró la respiración entrecortada del muchacho. Alivio.

<<"Con un solo gesto, le acabo de confirmar todas sus suposiciones".>>

Volvieron a mirarse una vez más antes de que ella saliera de la habitación, avergonzada, contrariada, sin mirar atrás. Se maldijo a sí misma varias veces. Al otro lado de la sala, un joven se mordía los labios para dejar de sonreír. Victoria, clamaba. 

domingo, 27 de abril de 2014

A borbotones.

Las virutas de goma cayeron al suelo cuando deslicé la mano por el folio, que volvía a estar en blanco. Si forzabas la vista, todavía se adivinaban las palabras que lo habían adornado instantes atrás.

 <<Escoria. Bestias. Poder. Sombras. Adentrarse. Movimiento.>>

Eran cenizas de una idea bien planteada, incluso brillante, si me lo permitís. Era un enfoque creativo totalmente innovador, tan fresco que me abrumó desde el primer momento. Cuando terminé de plasmarlo sobre el papel fue cuando entendí que era algo pobre. Más que pobre, era basto, desgarrador, demasiado explícito para darlo a conocer entre mis allegados. Mostrar La Verdad a tanta gente iba a salirme demasiado caro. Entonces decidí destruirlo y sustituirlo por palabras que no desembocaran en un escándalo social. Pulí las ideas y las replanté en un escrito que no reflejaba absolutamente nada. Incoherente y fuera de lugar, como todo lo que no molesta, como todo lo que pasa inadvertido. Intrascendente. Y aun así fue cómodo de redactar.

Mentiría si negara que esto que leéis es lo que surgió de un abono tan sumamente maravilloso. Esta bazofia es exactamente lo que ha reemplazado a mi primer "yo"... y sin embargo sigue siéndome útil. Porque todo lo que surge de donde nacen las ideas es de mi propiedad, intransferible y único, y finalmente mi creación actuará de igual manera como panacea en mi interior y me dejará una clara sensación de tranquilidad.

Adiós a las palabras. Necesitaba engrasar unas cuantas bisagras para abrir por completo las puertas. Y lo he conseguido.

jueves, 3 de abril de 2014

Valor.

-Tengo trabajo que hacer- susurraba antes de atravesar el umbral de la puerta.

Y entonces no sabías si iba a regresar a casa, o si fracasaría en su labor y a partir de ese momento no volverías a verlo. Si te quedarías sola en una casa demasiado grande, con unos hijos demasiado pequeños. Te preguntabas si sería esa la noche en la que tendrías que comenzar a sonreír por costumbre y a moverte por inercia... y nunca querías responderte. Eran pensamientos automáticos instados por un solo interrogante. ¿Es hoy el día en el que pagará con su vida la existencia de otra persona? ¿O Dios le regalará más horas para salvar el mundo?

miércoles, 26 de marzo de 2014

Metamorfosis.

La torpeza inusitada, sus repentinos tartamudeos y esa extraña manía de hundirse los dedos en el pelo y acariciar su propio cabello con desesperación. Los tropiezos con obstáculos invisibles, las frases inacabadas y el desvío inevitable de la mirada cuando alguien no invitado entraba en la conversación. Los leves temblores, los nervios, sus pasos inseguros, las muecas, las tácticas desesperadas para acercarse a la multitud y salir ileso. La incoherencia en las palabras y esa timidez absurda que manejaba todos los hilos de su vida. Su maldición. 

Todo desapareció de golpe cuando la tuvo cerca.

No dudó ni un instante en aproximarse a ella por la espalda, en asomar la cabeza por encima de su hombro y en agacharse a continuación para apoyar el mentón en el hueco de su clavícula. Olía de maravilla. No le tembló el pulso cuando su mano se deslizó hasta rodear su fina cintura y alzaba la otra para apretar con cariño las blandas mejillas de la joven. La estrechó contra sí en un abrazo nada torpe. Controlado. Meditado. Besó sin titubear su cara y esperó hasta que su amiga pudo identificarlo. Ella se dio la vuelta y, sorprendida, rió entre lágrimas al verle allí parado, mirándola con intensidad. Con un aplomo inesperado, él se apresuró a retirarle un mechón detrás de la oreja y terminó de borrar el rastro de humedad que había dejado el llanto en la sonrosada tez de la joven. Se adivinó una caricia camuflada en sus movimientos. Se percibió el segundo de más que sus dedos estuvieron en contacto con el rostro de la muchacha y que provocó un estremecimiento no pretendido. Había un mensaje oculto en el espacio que los separaba, y ella no pudo evitar preguntarse si la diría algo, con la voz ronca y tibia que le caracterizaba, que la hiciera despegar los pies del suelo de una vez. Pero nada sucedió. Mientras él se alejaba con una sonrisa cómplice, volvió a verle tropezar. Se llevó una mano a la cara y suspiró, comprendiendo que, probablemente, era la única persona capaz de ver la verdadera naturaleza de aquel misterioso joven.

jueves, 13 de marzo de 2014

La prisión del desierto.

Notaba desde hacía tiempo un incesante susurro, un dolor breve en las sienes, una caricia que me hacía reparar en cosas en las que antes no me había fijado. Sabía que un rincón de mi mente me estaba tratando de dar una lección. No sabía cómo o cuando llegaría a entender el mensaje que mi subconsciente me había reservado, tan solo intuía que era algo importante, algo que debía saber y que me otorgaría un poco de paz o me abofetearía como otras tantas veces había sucedido. No obstante, el momento llegó. Cuando desperté y logré comprender, pude forjar un nuevo trocito de coraza para protegerme el alma. Un punto de equilibrio. Un comienzo.

El mensaje era claro: 


Habrá gente que querrá estar para siempre en tu vida y otra que no. Habrá personas a las que invitarás para que entren en ella y aceptarán, y otras que no pasaran de la puerta pese a tus súplicas. Habrá otro tipo de seres que nadie deseará tener presentes, existencias que me cuesta incluso mencionar. Yo las llamo "personas tóxicas". Personas que entran en todas las corazas donde hay puertas abiertas para destruir lo que encuentran a su paso. No esperan invitación y no les importa no ser bienvenidos. Simplemente se quedan dentro de ti y arrasan con todo lo que eres hasta que no queda nada. 


A veces recuerdo el agotamiento, la desesperación, el sentimiento de culpa por haber sido poco precavida a la hora de elegir a quienes me rodeaban. Supongo que para las personas solitarias como yo, para la gente sensible, evitarlas es todo un reto. Cuando menos te lo esperas, se cruzan en tu camino y se ensañan con tu estabilidad. Por eso aprendí hace mucho a cerrar todos mis escudos y a refugiarme tan dentro de mis murallas que nadie conseguía encontrarme. Amortigüe todas las caídas y todos los golpes con una sola acción. Cree una protección tan efectiva que ahora no solo no hay personas tóxicas en mi vida. Simplemente, no hay nadie. Nadie que apueste, nadie que luche, nadie que acepte. Esa idea me atormentaba mucho. Lo reconozco. Me ha quitado horas de sueño, me ha hecho llorar y he sufrido mucho al entender que no puedo evitar el dolor sin esquivar también el amor. He dejado a todo el mundo fuera sin excepción: en los márgenes, en lo efímero, en lo temporal. 


Y entonces, después de dar mil vueltas a esta realidad,  fue cuando llegó a mi mente una simple y llana idea. Tan evidente y tan ridícula, que me río por no haberlo visto antes: "Todo el que intenta entrar en mi universo está mejor fuera. Porque hace demasiado tiempo que aquí dentro no hay nada que ofrecer."


Y eso lo cambió todo, porque significaba que lo único que necesitaba hacer antes de abrir una puerta, era RECONSTRUIRME. 

lunes, 10 de marzo de 2014

En paro.

Espero que no te importe si dimito un rato. Ya sabes... Si dejo de lado todas mis responsabilidades como ser  humano y persona, y me dedico simplemente a no ser y a anular mi disponibilidad al menos durante unas horas. Si procuro efímeramente que tres minutos sean un vacío que llenar con lo que yo quiera. 

Voy a inducirme un "catatonismo" ligero.
¡Si es que es mi momento de no estar! 
Vamos hombre, que me merezco un respiro. 

Espero que no te importe y, por favor, sobreentiende todo este rollo de ser diplomático. Realmente no te estoy pidiendo una autorización para llevar a cabo este plan tan descabellado. 

Dimito de verdad. .
Sin permiso.
Lo dejo. 
Me prejubilo...Ya me contrataré de nuevo cuando esté lista.

viernes, 28 de febrero de 2014

La decadencia de las Moiras.

La penumbra llega demente, tibia y perpetua a la sala. Se desliza con parsimonia y otea la Nada. Exhala. Alza la mirada y proclama: "rebelaos ante el fin de la luz o he aquí mi trono, he aquí mi legado, he aquí mi imperio." Eleva su copa en un brindis incompleto y la vuelca. La sangre serpentea sobre el mármol blanco de una gran escalinata. Qué grotesco. Qué desafiante. Ese fue el momento exacto en el que sentí la presencia de La Muerte.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Sujeta ranas.



"-¿Estás seguro de que es él? -dije mirándole con suspicacia. Parecía muy convencido.



-Estoy seguro.



-Ella no parece muy segura- miré a la rana arrugando la nariz. Las manos del joven la 


sujetaban frente a mi cara.



-Vamos... ¡No tengo todo el día! ¡Bésala de una vez!- me puse bizca mientras miraba al pobre 


animal y, con un gruñido,  cerré los ojos y apreté los labios. Al final me eché hacia atrás y 


aparté la boca.



-Sinceramente... esa corona no me convence -dije insegura y vi cómo mi amigo dejaba 


la rana en el suelo con un sonoro suspiro.


-Bien, entonces prueba conmigo - le miré interrogante-. Quién sabe. ¿Y si tu príncipe soy yo? 


Bésame a mí, ¿no? Al "sujeta ranas".



Fue la primera vez que reí en todo el día."





PDT: Escrito el 21 de Septiembre de 2010, 16 años. Me ha parecido suficientemente tierno como para publicarlo aquí.




viernes, 14 de febrero de 2014

Rendición

-No consigo llenar del todo los pulmones. Siento que a veces me falta el aire- susurró mirando al horizonte.

Tenía las piernas recogidas bajo los brazos y la barbilla apoyada sobre las rodillas. Parecía pequeña, más frágil y más pensativa que nunca. Recuerdo que hacía frío. Había sentido su llamada, y ella me había traído a su realidad. A veces me necesitaba en sueños. A veces ni siquiera me hacía acudir, pero la sentía pensándome. En aquella ocasión quería hablar con alguien y la soledad le pesaba demasiado. No necesitaba que yo dijera nada. Sólo que la observase mientras hablaba, mientras sacaba la verdad de donde fuera que la hubiera mantenido escondida. Sólo necesitaba decir algo en voz alta y que no fuera en vano. 


Suspiró, y bajó los pies al suelo a la vez que su mirada se apartaba del más allá. Se dejó caer contra el respaldo del banco que habíamos ocupado, y encerró su mano izquierda con la derecha para darse calor. Comprendí que estaba buscando las palabras apropiadas para un comienzo.


-¿Nunca has sentido que las cosas que tocas se despedazan?- era una pregunta que no esperaba respuesta. Una introducción. Un dedo cruzando la línea invisible que separa una confesión del silencio. Se humedeció los labios y se removió en el asiento. Inclinó la cabeza a un lado y a otro, preguntándose si debía continuar-. Cada vez que quiero algo... cada vez que amo algo, que consigo tenerlo y después decido dejarlo marchar, sale de mis manos deteriorado, mustio, sin vida. Desaparece siendo distinto a cómo lo conocí.


Dejé de respirar unos instantes, pero no me di cuenta. La joven mirada de aquella que me invocaba día tras día se había endurecido. "Se odia a sí misma" comprendí. Ella deslizó los ojos por sus manos mientras jugaba con un anillo giratorio. Le daba vueltas y miraba sus adornos como si no los hubiera visto nunca. Sin embargo, yo sabía que su mente estaba en otra parte.


- A veces pienso que podría hacer algo al respecto, que quizás hay algo en mí que está mal. Que tal vez ame las cosas de una forma tan efímera que ni siquiera merece la pena mencionarlo en voz alta- negó con la cabeza y arrugó el ceño-. A veces me da miedo. Me doy miedo. ¿Cómo construyen el resto de personas esos templos infranqueables para su amor? ¿Cómo logran que no se derrumben pese al tiempo, las dudas... pese a la vida? ¿Por qué siento que esas fortalezas no son para mí? Nunca voy a saber crear algo tan resistente como para que las cosas que deseo no caigan al olvido, a la nada.


Pestañeó repetidamente y pude sentir en mis propios ojos el escozor de las lágrimas. Desvié la mirada de su rostro. No sabía cómo consolarla. Las palabras eran tan duras que podría haberlas palpado en el ambiente. Tomé una pequeña flor que había crecido a nuestros pies, bajo el banco, y se la dejé con cuidado sobre el regazo. Ella la miró con ternura y esbozó una sonrisa triste. Tomó la flor entre sus manos y ésta comenzó a crecer. Se hizo grande, hermosa, y envolvió con sus raíces las pequeñas manos de la joven.


-Yo no sé querer - desenredó las raíces de la flor hasta que fue capaz de sacar las manos y acariciar sus pétalos con cuidado-. La gente que no sabe querer no debería dejar que las personas que sí saben hacerlo se le acerquen, ¿entiendes? Porque se enredan en ti. Se aferran a lo que eres, a lo que ofreces, a lo que significas para ellas. Se crea una dependencia que tú nunca vas a poder atisbar, que tú nunca vas a comprender, que tú nunca...- se le quebró la voz-, que tú nunca vas a tener.


Alzó la cabeza y cerró los ojos cuando el viento le acarició las mejillas. Quise decirle que no debía pensar así, que esa sensación se iría cuando creciera. Que cuando dejara el pasado atrás y aprendiera a quebrar la coraza que cubría su corazón quizás entendiera que los sentimientos más grandes despiertan sólo en el momento adecuado. No me atreví.


-No puedo ofrecer garantías de permanecer en ninguna parte. A veces el sol se va y a veces siento que soy yo la que no debe quedarse. Siento voces quebradas llamándome, rogando que me quede junto a ellas y, sin embargo, cuando miro atrás no veo a nadie por quien luchar. ¿Puede ser ese el problema?- abrió los ojos y barrió el horizonte con el alma. Aguardó unos instantes, se maldijo a sí misma y después continuó-. No. La realidad es que he conocido a gente por la que merecería la pena pelear. Simplemente he logrado vivir sin tenerlos junto a mí. ¿Suena tan horrible como yo lo siento? Probablemente sí. Porque he podido dejarlos atrás y sobrevivir sin más.


Suspiró y, apartando la flor de su regazo, metió las manos en los bolsillos y se levantó. Por primera vez en aquella hora, se giró para mirarme, pero sus ojos me atravesaban como puñales. Ardían, ardían con la rabia que sólo un ser humano puede provocarse a sí mismo. Quise abrazarla.


-¿Y tú? ¿Me amas a caso? - se acercó dos pasos. Sus preguntas directas al alma, como cristales de nieve. Temblé mientras alzaba la vista para mirarla a los ojos. No articulé palabra. Le temblaban las manos-. ¿Me amas? ¿Te has enamorado de mí? Sí... lo veo. Lo siento aquí- se llevó el dedo a las costillas, apuntando a un rincón de sí misma que yacía resguardado por cuatro torres y diez mil soldados. Su rostro se descompuso de tristeza-. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has dejado que ocurra? Ahora tendré que dejarte ir a ti también. ¿A caso no has entendido nada de lo que he dicho?- me miraba con angustia. Quizás me quisiera golpear para hacerme entender por qué no debía quererla. Se inclinó lo necesario para estar a la altura de mis ojos y me besó con desesperación. Fueron dos segundos que me dejaron lo suficientemente aturdido como para no perseguirla y continuar con aquello. Se incorporó con los ojos cerrados y negó con la cabeza. "No ha sentido nada", intuí-. No puedo hacerlo- masculló sin embargo-. Y tú... tú ni siquiera existes.



La vi alejarse a grandes zancadas de mí. Me dejó allí tirado, desmadejado en aquel solitario banco con los sentidos protestando porque no entendían nada. Solo sabía que aquella sería la última vez que ella me llamaría y me convocara para estar a su lado. La intuí saliendo del parque y resguardándose entre sábanas para llorar. Sentí una turbación extraña dentro de mí.  Miré a mi derecha y encontré la flor que le había regalado. Se había marchitado. Cuando comencé a desvanecerme, me la llevé conmigo para evitar olvidar.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Alcohol defectuoso.

"El joven toma la botella de whiskey y se aleja del grupo de adolescentes que, como él, han decidido 

ir a las afueras de la ciudad para celebrar cierto cumpleaños, de cierta persona, que casi nadie conoce. 


Pensó que sería un buen día. De hecho, lo fue hasta que a mitad de la reunión, apareció ella con él. Su 


sorpresa, sin embargo, fue menor que su dolor... parecido al de dos cuerdas estirando de sus costillas hacia 


lados diferentes. A partir de ese momento, el humo de los cigarrillos era casi tóxico para respirar y los 


decibelios de la fiesta excesivos para sus oídos. Por ello, acabó tirado en la hierba, apartado del resto, 


botella de alcohol en mano... pero con el paso de las horas comprendió que ni todos los litros de whiskey 


que podría beberse conseguirían calmar un ápice de la desilusión que sentía."







*Este texto fue redactado el 6 de Noviembre de 2010, cuando tenía 16 años. 
Sigue sorprendiéndome lo que escribía.