miércoles, 28 de febrero de 2018

El pozo sin fondo.

Qué cuesta abajo tan interesante y tan eterna.
A lo mejor me tiro rodando, descubro dónde está el final... 
y a ver si así puedo comenzar a subir de una maldita vez.


sábado, 24 de febrero de 2018

Páginas.

Y coge las maletas y sale por la puerta silenciosa, con la noche lamiendo sus huellas. Cierra tras de sí y llega a tocar la pequeña puerta de la valla antes de escuchar su voz.

- ¿A dónde vas?

Se queda quieta. sonría triste, pero no se da la vuelta. Su mano se cierra segura sobre el pomo y la verja chirría. No dice nada.

- Sabes que no puedes ir a ningún lado.

Le mira con calma, porque está por fin tranquila, porque ya no va a estorbar más.

- Gracias por todo. Sé muy feliz - sonríe levemente y se despide con un gesto de cabeza.

El camino es pedregoso y las ruedas de la maleta traquetean mientras la arrastra. Pesa. Cuanto más avanza más cuesta guiarla. Pesa cada vez más. Suspira y la suelta. Se quita con tensión el bolso y el abrigo. Los zapatos. A penas hay luz, pero la presión vuelve a agobiarla. Lo tira todo y de pronto la rabia vuelve y patea las cosas. Las aleja de sí. Se queda en medio del camino con los brazos a los lados del cuerpo, parada, descalza. Alza la mirada buscando un poco de luz.

La casa está lejos y, sin embargo, él sigue en la puerta. Se miran. Pero todo se ha vuelto de papel. Todo son hojas una detrás de otra, formando ventanas, ladrillos y tejado. Cimientos de papel, columnas de papel, miles de hojas que serán esparcidas por el viento y que comenzarán a construir, poco a poco, casas que, desgraciadamente, ya no serán suyas.

miércoles, 21 de febrero de 2018

sábado, 17 de febrero de 2018

Distráete

Y cuando ya no queda nadie, y no hay luces en las ventanas, y no hay pisadas sobre la tarima, y no hay gritos, alarmas, motores o risas, mira al rededor y suspira. Se le viene encima la realidad en ese silencio tan opaco, que aumenta la gravedad. Contiene el aliento y encuentra resistencia al tragar, y su atención se fija sin quererlo en su interior, en su estado de ánimo, en sus anhelos y en sus miedos. Trata de encontrar un camino de huida, pero todo se torna más oscuro, porque cuando ya no puedes fijar la mente en algún humano que casualmente está contigo en el vagón del metro, en la acera de camino a casa, en la cola del café, entonces es cuando te tienes que enfrentar a ti mismo.

No todos estamos preparados para hacerlo. Esa joven que se sienta en el suelo y al cabo de dos minutos termina tumbada sobre él, comienza tanteando el presente, pero no se queda ahí. Empieza a bucear por su realidad inmediata y termina ampliando su análisis. Y entonces llega el agobio, el mal cuerpo, las nauseas. Y ya no percibe sólo su situación. Encuentra los rotos de las historias de su alrededor. Visualiza las cosas que están mal. Porque tienen que estar mal. ¿Verdad? Y tiene que hacer algo. Se desespera. Hay cosas que no deberían ser así. ¿Por qué no hay nada en su sitio? De pronto ha retomado una historia del pasado que claramente se escribió mal, y que siguió un camino que no debía de ser el correcto. Se tensa. Tiene que hacer algo. No es justo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Quién mueve los hilos? La vía para solucionarlo existe pero es escabrosa. ¿Si elige esa opción puede arreglarlo? ¿Y si dice esas palabras que...? ¿Y si...? Todo está mal. Mal. Mal. Mal. El puzzle no encaja, mierda, joder ¡¿qué se supone que deb...?!

Silencio.

Algún reloj en un cajón está haciendo ruido y no se ha dado cuenta. Gira la cabeza. Quizás viene del piso de abajo. Mira al techo. En el suelo se está bien. La lámpara no alumbra mucho. El techo tiene una mancha de la pintura que corresponde a la pared. Suspira. Roza con las yemas la tarima. Hay pequeños huecos. Quizás se cayó algo aquí, o los tacones de mamá rayaron el suelo. El cuadro de la pared está torcido. Hace tiempo que no ve a esa chica de la foto. Se toca el pelo. Debería cortárselo.

Silencio.

Los engranajes invisibles chirrían, pero los ignora. Aunque no haya humanos en esa habitación, a veces se distrae con las cosas pequeñas. Porque ya se sabe de memoria las vías de escape. Porque si no consigue frenar a tiempo los trenes, unos se chocan con otros.

Silencio.

Algo duele.
Pero como está siempre ahí se termina acostumbrando.
Se incorpora y coge un libro.
Distráete.
Y las primeras palabras que lee hacen suficiente ruido.