viernes, 30 de agosto de 2019

No sé qué estoy diciendo.

Hay una parte del amor, a la que creo que se le da poca importancia. Al menos, en las películas y libros románticos en los que lo que más destacan, son las palabras bonitas y todo lo relacionado con el físico. Escasas veces he sentido bien representada la reciprocidad en las parejas, y eso me hace pensar si no serán, estos flechazos de cine, un ejemplo nefasto para cualquiera.

Creo que no hay nada que me haya hecho sentir mejor, las veces que he tenido una pareja, que el saber que la persona que tenía en frente no me iba a traicionar jamás, incluso siendo de esas chicas desconfiadas que siempre pensaban que así sería. Había un pajarito que siempre me susurraba: tranquila, es imposible, es buena persona y te adora. Entonces podía por fin cerrar los ojos y dormir. Esa certeza de que no te harían daño, se alcanza muchísimas veces cuando, simplemente, te paras a mirar a los ojos de tu pareja. Te caes en un abismo, pero sabes que no te vas a hacer daño. Confías y ves toda la verdad en ellos.

Siempre recuerdo lo maravilloso que es que alguien te esté abrazando y saber que, en realidad, te protege. Tener la certeza de que si te ocurre algo, que si tienes una de esas desilusiones o tristezas que se te agarran a las entrañas, esa persona va a estar ahí para escucharte sin juzgarte, para arreglar tus rotos y coserte las heridas. Por otro lado, y aquí viene la reciprocidad, nada me ha hecho sentir tan apreciada y tan valiosa como ver que la persona a la que quiero, es capaz de confiar hasta tal punto en mí, que ha volcado también todo su dolor en mí cuando lo necesitaba, para que yo fuera su apoyo. 

Me parece que los lazos que se forjan entre dos individuos que saben que, a parte de un amor incondicional, pueden compartir cualquier tipo de sueño, vivencia, preocupación o miedo y encontrar un refugio para las inquietudes el uno en el otro, son los que hacen que una pareja sea inquebrantable.

No puedo expresar el daño que se siente cuando te abres en canal para la otra persona como diciendo: eh, aquí estoy, esta soy toda yo y mis defectos. Y, sin embargo, a ti solo te dejan atisbar una cálida pero opaca fracción de hueso, músculo, tendones y piel. No hay forma de ver la verdad tras sus pupilas. Insatisfacción, como si no hubieras pasado la prueba. Como si no fueras suficiente. Como si te hubieran elegido de rebote. Impotencia por no ser útil para ayudar a quien amas.

Deberíamos saber apreciar esa complicidad que nace entre dos personas, por si algún día no está. Al menos, valorarla un poco mejor que la ficción edulcorada de la que nos nutrimos para llenar nuestros boquetes. Porque es de lo mejor que le puede pasar a alguien que siente amor.


jueves, 22 de agosto de 2019

Cosas de botánica

Yo creo que lo de la memoria de pez es un don porque, cuando das la vuelta a una hoja, ya no te acuerdas del envés. Si hay algún signo de enfermedad, no la sientes y no piensas mucho en ello. A veces ni padeces el virus que acompañan. Todo es psicología ¿no?

Pero la realidad es que, al menos yo, sí que tengo buena memoria. Recuerdo el recorrido perfectamente, desde la primera raíz al tallo y luego, hasta las hojas y las flores. Y qué curioso es ver que cada síntoma se convierte poco a poco en una enfermedad, mucho peor cuanto más crecen los tramos y se atisban nuevas rutas. Lo que era verde se está volviendo más bien marrón.

 Las flores casi no se pueden sostener solas.
Se pudren.