martes, 24 de mayo de 2022

Ya soy mayor

A la cuarta vez que me cambió la disposición de la habitación, me enfadé de verdad. Se afligió bastante y prometió no volver a hacerlo, pero recriminándome a la vez que yo tenía mucho carácter, cosa que en absoluto es cierta. Hoy ha olvidado sus palabras por quinta vez. He estallado en argumentos sobre por qué necesito mi espacio personal mientras vivamos bajo el mismo techo. Me controlo a nivel infinito a pesar de que me gustaría que se cayese el cielo, simplemente, porque estoy discutiendo con mamá y la quiero demasiado. No obstante, en su mente, yo estoy montando un numerito realmente exagerado. Estoy segura.

Ella defiende una y otra vez que esta es su casa y que mi cuarto está mejor así (como sea que ella lo ponga). Nunca quiere entender  ni ceder, pero esta vez quiero que me escuche. Hablo y hablo, nos pisamos. Soy más directa, para que esta vez cale el mensaje. Se ha puesto triste, casi haciendo un puchero medio enfadada medio queriendo mandarme a la porra, y ha refunfuñado que está cansada porque siempre me cabreo por tonterías. No quiere entender que esos siempre, son el mismo enfado. Siempre es la misma circunstancia, en diferentes tiempos y perspectivas, la que me saca las uñas para defender mi territorio. 

Prefiere no asumir que estoy rozando los treinta años y que ya sé elegir mi vida sin su ayuda. Que es hora de que se baje levemente del escenario para dejarme elegir. Que sé lo que quiero, y que necesito tener control sobre una pequeña porción de mi entorno. Al menos, sobre mis cosas. Mi privacidad es algo imprescindible, incluso si tengo que volver a casa una y otra vez porque el sueldo no da para nada. Está molesta y ya no me oye y, como me da pena, no quiero seguir discutiendo. Discutir con mamá es extenuante, porque no quiero hacerla daño. Si tan solo supiera lo que me controlo... pero no lo sabe. Y volverá a errar. Porque para mis padres nunca seré suficientemente mayor.