lunes, 15 de diciembre de 2014

La dimensión tierna.

Cuando le vi, hacía horas que el sol se había caído del cielo y las farolas habían adoptado su luz. Suponía que aquello era la despedida. Sabía que se marchaba desde hacía días, pero no había sido tan consciente de aquel hecho hasta el momento en el que me había cruzado con él en medio del frío. 

Mientras mis ojos luchaban por captar el detalle de sus facciones, el silencio se hacía más patente. La realidad es que él y yo no teníamos mucho en común. Tampoco nos conocíamos desde hacía tanto. Ni siquiera le habría podido llamar amigo. Sin embargo, había algo en su persona que me hacía sentir una conexión. Nuestro encuentro fortuito aquella noche nunca podría haberse imaginado de tales dimensiones. De aquella intensidad.


-Te vas.


-Sí, mañana.


-¿Estas nervioso? -se encogió de hombros. Esbocé una sonrisa mientras metía las manos en los bolsillos-. Seguro que te irá bien.


¿Qué podía decir? Supongo que otras personas habrían esperado un "avísame cuando regreses" o un "espero que nos veamos pronto" pero, como he mencionado antes, nosotros sólo éramos dos desconocidos. La cuestión es que percibía el peso de su mirada. No sé si me estoy explicando. Percibía esa fuerza con la que alguien te puede llegar a prestar atención. Esa extraña energía que te atraviesa por dentro cuando las pupilas de otro ser te <<miran>>. Mirar de verdad. Revolverte por dentro. Buscarte a través de piel, músculo y hueso. Eso tan poco común en la sociedad actual, hacía que yo, a su vez, le observase con interés. Con preguntas. Con anhelo. El desconocimiento junto con todos los sentimientos que me provocaba su mera presencia estallaban en mi pecho. 


Recuerdo el momento exacto en el que se suponía que debíamos despedirnos. También recuerdo cómo aquel instante se sentía terriblemente equivocado. Él seguía mirándome, esperando. Cara a cara, vaho contra vaho atravesando el hielo y chocando en la oscuridad. Tan serio. Tan sereno. Alguien con quien no podría haber hablado de nada pero que podría haberlo cambiado todo.


Entonces sentí el tirón. Era necesario llenar el vacío y acabar con el vértigo que amenazaba con apoderarse de nosotros. Solté todo el aire. No había sonrisas, ni señales que anunciaran lo que me disponía a hacer. Di un paso hacia delante y dejé caer la cabeza contra su abrigo. Podría haberme apartado perfectamente, y después haber soltado alguna frase de disculpa mientras desaparecía para siempre. Alguna estúpida normal social habría calificado mi movimiento como una ocupación indebida de la burbuja existencial de un desconocido. Un gesto demasiado confiado, una invasión en toda regla. 


Pero fue entonces cuando confirmé que él también era parte de aquella pequeña sección de humanos que atrapaban las cosas que importaban de verdad en la vida. Que había sentido esa otra dimensión. Me rodeó con los brazos con suavidad y me dejó estar allí un rato, como si permanecer apoyada sobre él  fuera terriblemente acertado. Como si hubiera sido precisamente eso lo que una civilización paralela hubiera esperado de mí. Entonces, por primera vez, supe que entre nosotros esa era, exactamente, la situación correcta.