Querida
Amanda:
Ignora
el papel cubierto de barro y arrugado por la lluvia, pues el camino hasta aquí
fue largo y complicado. Si ves manchas de sangre, tranquila, no es mía. Las
tropas salieron al alba dispuestas a avanzar varios kilómetros hacia el Norte. Hace
unas horas, la mitad de los hombres que partieron han regresado. No te
describiré lo que vimos entrando por nuestras puertas. El terreno hasta la
capital estaba sembrado de minas.
No
puedo entretenerme, pues el mensajero marchará sin tardanza para avisar de lo
sucedido. Aquí, en el hospital de Gò
Công, estamos seguros, pero no sabemos por cuanto tiempo: se acercan las
guerrillas. Hay instantes en los que veo todo pasando a mí alrededor a cámara
lenta. Los heridos, las enfermeras. Miro mis manos teñidas de rojo y me
estremezco. Me pregunto por qué me ofrecí para venir aquí, a Vietnam, y por qué
me alejé de ti… pero en el fondo sé que nos necesitan, y que harían falta muchas
manos más para salvar a toda esta gente.
A veces vienen mujeres al hospital Amanda,
mujeres mayores, niñas y jóvenes. Siempre que voy a atenderlas temo que uno de esos
rostros temerosos sea el tuyo, y luego me tranquilizo pensando que estás a
salvo, seguramente peinando a nuestra pequeña y azuzándola para ir al colegio y
que no llegue tarde.
Dios mío Amanda. Necesito que seas fuerte por
todos nosotros, por nuestra familia y por toda la gente que está sufriendo en
esta guerra, pues en ocasiones siento que me fallan las fuerzas. Disfruta de esa
paz artificial que da la lejanía y valora todo lo que tienes, lo que vivimos
allá cuando todavía llamaba a tu puerta y tu madre me fulminaba con la mirada
mientras te resguardabas bajo su ala. Recuerda nuestros paseos a caballo, los
que dábamos mientras nuestros padres recogían la cosecha, y también el miedo
que pasábamos cuando nos anochecía en el campo, junto al alivio que
experimentábamos al encontrar de nuevo el camino de vuelta a casa.
Hace tiempo que no recuerdo esas sensaciones.
Todo se vuelve plano cuando estás rodeado por el horror. Mis compañeros dicen
que es la forma que tenemos de inmunizarnos mientras observamos las miles de caras
contraídas por el dolor de las heridas y por las fiebres, y escuchamos las
explosiones que hacen vibrar nuestros pies. A veces parece que no siento nada
más que un amor incondicional hacia la pequeña familia que hemos formado, y que
quiero creer que viajará a través de los continentes junto con esta carta para
que vosotras también lo sintáis.
Te quiero, Amanda, te quiero. Si Dios quiere
pronto podré regresar y cuidar a las personas a las que me debo. A la niña y,
sobre todo, a ti. Piensa en mí y reza, reza para que los batallones nunca
vengan al Sur. Reza por mi vida, por esta gente, por el fin de la guerra… y
recuerda que pase lo que pase, te llevo conmigo.
*Este texto fue escrito para el XXI Concurso de Cartas de Covibar el 13 de Febrero de 2016
#GarabatolvidadoConVoz: https://www.youtube.com/watch?v=HJRCDsvmZ1g
#GarabatolvidadoConVoz: https://www.youtube.com/watch?v=HJRCDsvmZ1g
Devastador con la esperanza colgando de un hilo. Sublime.
ResponderEliminarSin duda alguna, un soldado cuando está en una situación así, se le pasa por la cabeza todo lo que se está perdiendo por estar ahí, y le gusta pensar que hará cuando vuelva y eso le da fuerzas para tirar para hacia delante y sobre todo sobrevivir, el que pierde esa ilusión lo ves que se deja morir y arrastras por sus compañeros, y acaba siendo una carga.
ResponderEliminarMuy grande el texto.