Parece que fue ayer cuando buscaba tu mano para no resbalar frente a unas cascadas, o cuando el mar nos miró con cierta envidia mientras la arena de su playa se reía de mí. Ahora que ha pasado el tiempo, la verdad es que siento cierta carga a cada paso. Ya no son solo ellos los que nos han observado sin pestañear. En cada aventura nos han espiado tanto árboles como montañas, y siempre cielos vacíos o llenos de estrellas. Es el peso de su anhelo silencioso el que me hace entrelazar mis dedos contigo ahora y pensar: qué suerte que aún me sigas sosteniendo.
Uno nunca olvida lo que sus padres le enseñan desde pequeño.
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