viernes, 17 de enero de 2014

Ñoñerías.

Las malas lenguas dicen que confesar la verdad, te hace quitarte un peso de encima. Mientras te observaba sentada frente a mí, en un banco lacerado por el tiempo y anclado a ninguna parte, la sensación angustiosa que te oprime el estómago antes de decir algo importante seguía allí. No tenía nada más que pronunciar, y por eso te miraba sin apartar los ojos de tu rostro. Por eso no me movía. Se suponía que te tocaba a ti reaccionar... pero no lo hacías. La tirantez de mis entrañas se hizo más intensa, y maldije en voz baja a todos los falsos oráculos que hablaban sobre la sinceridad y la gran importancia que tenía hacer uso de ella para sentirnos plenos. Yo sólo podía percibir un miedo atroz golpeando ritmicamente mi pecho.

Te apartaste un mechón de los ojos con suma lentitud y subiste las piernas al borde del banco, formando un ovillo de perfección que se antojaba exótico en un lugar tan común como el que estábamos.Tus dedos trazaban círculos sobre la tela de los vaqueros que llevabas, y tu mirada los seguía con atención artificial. Comprendí que lo que pretendías era evitar mis ojos escrutándote y pensé: "la he hecho buena". Tragué saliva y clavé las uñas en la madera de aquel estúpido banco, luchando conmigo mismo para no sacarte las palabras zarandeándote. En aquel momento, habría pagado por leer la mente y escribir sobre tus pensamientos un final perfecto para aquella historia, pero esos eran solo los deseos de alguien desesperado. Entonces no aguanté más. No soportaba ver perdidos tus ojos por más tiempo. Se me escaparon las palabras.

-No tienes que decir nada- susurré-. Solo quería que lo supieras.

No hizo ningún movimiento, y sentí que algo se iba apagando en mi interior. Maldije diez mil veces a todos los dioses, al aire, a la tierra, al fuego y al agua.

-No te preocupes, en serio - no me atreví a tocarla ni para darle un poco de consuelo, así que comencé a levantarme con la intención de darle un poco de espacio-. Ha sido una tontería por mi...

De repente una mano pequeña y cálida se cerró sobre mi muñeca y me detuvo. Miré el rostro de la joven con sorpresa, y descubrí las lágrimas que sus ojos intentaban contener a duras penas. De sopetón, me encontré con su voz acariciando mis oídos.

-Yo también a ti- y esa fue la frase que, saltándose mi ridículo monólogo, tiró por tierra horas y días de imaginación desenfrenada en los que había tratado de adivinar cuál sería la respuesta que obtendrían mis palabras si me atrevía a pronunciarlas.

 No podía dejar de mirarla, y entonces ella, en un gesto perezoso, se levantó para estar a mi altura, se secó las lágrimas como la valiente que yo siempre supe que era, y me sonrió. Supuse que era su forma de disculparse por la agonía del silencio que había abierto un abismo entre nosotros durante varios minutos... pero nada de eso importaba ya. Solo estaba ella. Ella y su aroma, ella y su cara de niña buena. Ella y sus rarezas, su ternura, sus ojos curiosos. Daba igual lo demás. Era ella y el conglomerado de piezas que la formaban lo que me hizo respirar y desterrar de mi vida el peso que me había incordiado durante meses. Ni la sinceridad, ni una confesión a tiempo, hubieran podido actuar como una panacea más efectiva que el amor.

6 comentarios:

  1. Ojalá esto fuera siempre así, me ha gustado mucho.

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  2. Qué decir. Está a la altura de mis ñoñerías más grandes. Delicado, profundo, con matices. Me gusta.
    Sin embargo hay algo... hm...

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  3. Que puedo expresar, es increíble la cantidad de sensaciones que puede causar una buena lectura

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  4. Que belleza... contrastante a la realidad... y en cierto modo la refleja... el retrato final esta precioso... y me hace recordar un poco a cierta pianista/youtuber/metalera... ;)

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  5. ¿Que puedo decir? Es precioso, realmente hermoso =) Muchas gracias Alba =)

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