viernes, 9 de enero de 2015

Déjame entrar.

A la vista estaba que tenía un problema. 
Oh sí. 
Un ENORME problema. 
Concretamente, un muro de cuatro metros de altura. 

Con ambas manos apoyadas en la cintura, respirando con dificultad y con una cantidad extraordinaria de herramientas a los pies, no podía más que alzar el mentón y plantearme por última vez si sería más productivo intentar saltar mi obstáculo antes que perder más fuerzas intentando derribarlo.

Llené los carrillos de aire y los hinché tanto que pareció que me estallarían. 
Frustración.
Desesperación pura y dura.
Solté el aire.

-Oh, ¡maldito estúpido muro cabezón! Te creé para que ellos no pudieran entrar, no para que yo no pudiera salir- mascullé mientras bajaba los brazos y me acercaba al muro dispuesta a patearlo.

Cuando ya tenía un pie listo para ser lanzado contra la pared, escuché a Gabriel entrar.

-¿Aún sigues aquí?- sonaba como alguien intentando controlar la risa.

-¿A caso no me ves?- bufé mientras desechaba la idea de que me viera destruir mi propia pierna contra la piedra.

Gabriel se rió entre dientes y dejó una bandeja en el suelo.

-Te he traído algo de comer.

-¿Y también has traído una grúa para ayudarme?- esta vez se carcajeó abiertamente.

-No.

-¿No vas a ayudarme?

-Quizás.

Miré a Gabriel arqueando las cejas. Después le pegué un puñetazo en el hombro. Volvió a reírse.

-Te ayudaré en lo que pueda.

-Con eso no vale.

-Te sacaré de aquí.

-Eso está mejor.

Recuerdo que esos días trabajamos duro. O quizás solamente hablamos. Hablábamos durante horas. Nos apoyábamos en el muro. Lo golpeábamos al son de canciones que nos inventábamos. Lo acariciábamos mientras jugábamos a encontrarnos. No sé en qué momento se abrió la puerta. Quizás nunca lo hizo y, simplemente, la piedra se desgastó al son de nuestros secretos. Me lancé hacia la luz. 

Creo que no fui consciente de lo que hacía. Supongo que la desesperación por derribar la barrera me cegó. Gabriel me impulsó fuera del muro, pero él se quedó atrás, fuera de mi alcance. Cuando mis pies pisaron el exterior, el frío me arañó la espalda. Gabriel no estaba al otro lado. Estábamos el mundo y yo.

-¿Gabriel?- me entró un ataque de pánico y me asomé a la puerta. Oscuridad. Vértigo- ¡¿GABRIEL?!

El eco se burló de mí repitiendo su nombre. Cuanto más consciente era de mi nueva situación, más deseaba regresar. Mientras me dejaba caer frente a la puerta que me había dejado salir, una voz resonaba en el muro. "Gabriel, por favor, déjame entrar".

2 comentarios:

  1. Muy hermosa historia Alba... aunque quizá no se por qué pienso que a ti no te lo parece tanto, y entiendo esa cosilla que a uno le queda luego de que termina de escribir algo, que como que uno no termino de poner las cosas en su lugar... quizá... no sé... solo especulo... pero debo decir que es una historia muy Zen... muy espiritual... cargada de muchas enseñanzas... i love it... pero claro puede que todo quede en los ojos del espectador... pero me encanta esa sensación general de conformidad que se da hasta que salta el muro y entonces, todo es desconocido y queda uno a uno con el mundo... y con los miedos... que escribes muy bien... ya me dieron ganas de volver a hacer prosa... que no me queda tan bien como a ti pero... bueno... habrá que trabarjarla supongo... muy bueno un saludo Alba

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  2. Muy Buen relato Alba, me gusto mucho, me pasa algo con tus relatos que cada vez que leo uno me quedan ganas de seguir leyendo mas y mas de tus relatos, te felicito Alba realmente eres una gran escritora, sigue así que tienes mucho pero mucho talento, felicitaciones y saludos :)

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