Me gustaría que no fuera cierto, incluso me avergüenza confesar que hace años que no consigo quitarme estos zapatos. Cuando los miro, apesadumbrada, el corazón empieza siempre a relampaguearme. Intento avanzar y parezco un ratón pegado a una trampa.
El sol quema tanto que hiervo, como el camino, como el oxígeno que boqueo. Y me enfado porque quiero seguir corriendo, pero, sin venir a cuento, los pies se me vuelven a quedar, poco a poco, pegados al suelo.
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