TE PROMETÍ… (Galardonado con el premio "Mejor relato de autor local 2013)
En un sofá de flores negras sobre fondo blanco, la
postura de la señora Oliviera era ante todo, forzada. Hacía una hora que le
dolía el lumbago y diría que todas las cervicales, pero seguía con los ojos, abiertos
como platos, enfocados hacia el preciado reloj de cuco del salón. En el último
minuto, aún con los brazos entumecidos por la espera, sus manos se cerraron
sobre el delantal y lo arrugaron con inquietud. El ansiado momento llegó, y no
fue precisamente silencioso. Un pájaro salió y entró haciendo crujir su
mecanismo al ritmo de doce campanadas producidas por el péndulo del reloj.
Cuando la calma llegó de nuevo, la señora Oliviera se levantó de su asiento poco
a poco, haciendo crujir los muelles del sillón. De pronto, sus labios se
curvaron en una sonrisa. El grito que tuvo lugar segundos después, bien pudo
haber despertado a todo el vecindario. María Oliviera se subió tan bruscamente
al sofá que éste se vio obligado a protestar. Saltó de aquí para allá, como una
niña, con los brazos en alto y el pelo volando tras ella. Derrapó en la cocina
y atrapó un mechero con el que encendió la vela que había sobre la tarta que se
autoregaló. Su deseo lo tenía pensado desde hacía mucho tiempo y, aunque estaba
sola, cuando sopló sobre el número 50 miró alrededor imaginando aplausos y vítores.
Más tarde se dedicó a canturrear canciones del pasado y proclamó a los cuatro
vientos que era su cumpleaños.
Cuando la vecina aporreó la pared, dio por concluida
su celebración y afrontó lo que venía a continuación. Su cara se esculpió mientras recorría de nuevo el pasillo y se
sentaba en su magullado sofá de flores. Estiró la mano y marcó, en un teléfono
vintage, nueve dígitos con exasperante lentitud. Justo antes de dejar que la
rueda del aparato girara para confirmar el último número, se arrepintió. Se
preguntó si no sería ya demasiado tarde para llamar. Observó el reloj con
tristeza y se dijo que, si había aguardado 27 años a ese momento, bien podría resistirse
unas horas más. Su gata Joline, como apoyándola en su decisión, se restregó
contra sus piernas y la invitó a irse a la cama, pero la señora Oliviera no
durmió esa noche.
Al día siguiente amaneció nublado. María arrastró
unas graciosas zapatillas de gato por el pasillo, con las cuales Joline no tuvo
piedad.
—Gata tonta. No son tus enemigos, en absoluto —masculló
su dueña con desesperación mientras sacudía las piernas.
María se sentó en la mesa de la cocina y desayunó un
trozo de su tarta de cumpleaños. Estaba esperando a que el bizcocho muriera
ahogado en la leche, cuando recordó de golpe todo lo que no había podido
solucionar esa misma noche.
Joline la regañó cuando atravesó el pasillo como una
centella y le pisó la cola, y el auricular del teléfono casi se le cae de las
manos cuando volvió a marcar aquel número que tan bien recordaba pese al
tiempo.
—¿Si?
—Bu-buenos días. ¿Es…? ¿Está Samuel? —oyó cómo la
interlocutora titubeaba al otro lado de la línea.
—¿María? —se le encogió el corazón.
—Sí. Soy… soy yo.
—¡Oh Dios mío! Querida, ¡cuánto tiempo sin oír tu
voz! La última vez que nos vimos apenas habías terminado la carrera.
—Sí… la verdad es que ha pasado tiempo desde aquello.
María se había quedado de piedra. La voz rasgada y
triste que la atendía no podía ser la madre de Samuel. Agitó la cabeza para
centrarse y asimiló que habían pasado nada más y nada menos que 27 años, y Mariela
debía de tener casi noventa. María se llevó una mano al pelo, que ya tenía
alguna que otra cana, y lo retorció sin saber bien qué decir, abrumada.
—Samuel ya no vive aquí. ¡Has llamado a la casa
antigua! Sigues siendo tan despistada como antaño —oyó con estupefacción lo que
quedaba de la risa de Mariela—. ¡Llama a su número de teléfono o a la casa del
pueblo! Ya sabes.
No. Lo cierto es que no sabía, pero le daba
vergüenza confesarle a Mariela, cuya amistad en el pasado había sido muy
estrecha, que no contaba con ningún tipo de dirección o teléfono que
perteneciera a su hijo. Tras una breve conversación, la señora Oliviera sintió
que había perdido fuelle. Depositó con cuidado el teléfono en su sitio y se
sentó a meditar. Minutos después varios vecinos vieron a una especie de
esquizofrénica trastabillar por las escaleras, con una bata sobre el pijama,
unas llaves tintineando en la mano… y
unas maltrechas zapatillas gatunas.
Tommy, aficionado a la fórmula 1 y a las batallitas
online, era el encargado del correo aquel sábado. Produciendo un sonido
desagradable con su chicle mientras arrastraba con parsimonia un carrito
repleto de cartas, paquetes y publicidad, entró en el portal número 13 cuando
el portero le abrió. Lo que no se esperaba encontrar a la entrada de la
urbanización era a una señora cruzada de brazos bajo la lluvia, mirándolo
fijamente. Tommy cambió el peso de una pierna a otra, intimidado, antes de
atreverse a abrir su carrito y comenzar a repartir el correo con normalidad. De
vez en cuando echaba una ojeada, preocupado por aquella señora loca que llevaba
unas… ¿Qué demonios? ¡Unas pantuflas de gato! A lo mejor le ahogaba con el
cinturón de su bata y le robaba todas las cartas. Sí, debía de ser la cotilla
del vecindario. Si no, no se explicaba su presencia a esas horas, en el
exterior, calada y en pijama. Pasados cinco minutos de tenso silencio, interrumpido
solamente por el deslizar de los sobres dentro de los buzones, se escucharon
unas zapatillas chapoteando con un continuo plof en el agua. Tommy observó a la
señora Oliviera con cautela. Se había acercado y leía por encima de su hombro
los nombres de los paquetes que llevaba, mientras golpeaba rítmicamente el
suelo con aquellos gatos que parecían inflados por el agua.
—¿Busca algo?
—¿Tiene algo para mí? —le interrogó con tono
inocente.
Tras compartir su nombre y recibir un paquete y dos
sobres con un logotipo bancario, María Oliviera todavía permanecía cotilleando
en su carrito. Tommy tapó con los brazos lo que le quedaba por entregar con
evidente fastidio. Zigzagueó con sorpresa cuando la señora Oliviera vio algo, se
abalanzó sobre él y le arrebató de las manos uno de los voluminosos tomos que
iba a depositar en los buzones. La vio alejarse a trompicones mientras trataba
de despegarse de los labios la pompa de chicle que se le había estallado con el
susto.
En un tercero, María Oliviera mordía con
desesperación el envoltorio de una guía telefónica. Cuando el plástico cedió y
por fin se halló calada pero feliz, con el teléfono pitando en su oído, pareció
que todo había merecido la pena… hasta que Samuel respondió.
—¿Samuel? —silencio al otro lado de la línea.
—¿Sí? —preguntó una voz grave. Lo oyó carraspear—
¿Quién llama?
—Oh, vamos… —masculló María decepcionada—. ¿No sabes
quién soy?
—Si es usted la señora que me llama cada día de cada
mes, incluso un día festivo como hoy, 30 de marzo, le repito que… —silencio, y
segundos después un gruñido—. María. ¿Verdad? No puedo creerlo.
—¿Cómo estás?
—Hace tanto tiempo que… ¿Pero cómo? No creí que volviéramos a… ¡Feliz
cumpleaños! Yo…
—Hicimos una promesa hace mucho tiempo —le
interrumpió intentando dominar la emoción—. ¿La recuerdas? Te prometí que te
llamaría cuando cumpliera cincuenta años pasara lo que pasara entre nosotros. Tenía
muchas ganas de… en fin. ¿Te… casaste? ¿Tienes familia?
—Bueno… —Samuel dudó al otro lado de la línea—.
Estoy divorciado desde hace un par de años. Siempre supe que no debía de haberme casado pero… pasó. ¿Tú…? ¿Tus hijos? ¿Tuviste hijos?
María soltó una carcajada.
—Por supuesto que no. ¿Yo? ¿Hijos? Lo que te contaba
cuando era más joven era cierto. Mi vida familiar no tenía muchas expectativas…
—Siempre estuviste equivocada en eso. Podrías haberlo
tenido todo… —susurró Samuel con un deje de melancolía en la voz.
María se vio tentada a mirar atrás, al tiempo que
habían pasado juntos antes de distanciarse. Pero sentía que había esperado
demasiado ese instante como para derrochar emociones.
—Quizá algún día nos podamos ver para hablar de los
viejos tiempos —sugirió con una ligera esperanza, pero la transformación en la
voz de Samuel la desarmó por completo.
—No creo que sea una buena idea María —su nombre en
sus labios sonaba amargo—. No me malinterpretes. Me alegra mucho saber de ti
pero debes entender que aunque ha pasado bastante tiempo… me costó mucho
olvidarte. ¿Sabes?
No supo qué decir. Se sintió tonta y mayor. De
pronto, el comienzo de la artrosis y un dolor agudo en el cuello se hicieron más
presentes. Había estado esperando tanto y con tanta ilusión, que ni siquiera se
había planteado la posibilidad de que Samuel, cuya situación familiar la había
aliviado sobremanera, no quisiera saber nada de ella.
—Ti-tienes razón. Supongo que… en unos años te
tocará llamar a ti. ¿No? —intentó reír, pero su carcajada sonó tensa y rota—. Me
ha alegrado volver a oírte… al menos. Adiós Samuel. Sé feliz.
Al chasquido del teléfono al colgarse bruscamente, le
siguió el de unos muelles oxidados. Tendida en el sofá de flores, María parecía
en shock. Los pies, fríos y húmedos, y los rizos que se le estaban formando,
tampoco ayudaban. ¡Cómo había sido tan ingenua pensando que Samuel se alegraría
de que volvieran a hablar! Suspiró y miró el sofá donde había tirado de mala manera su
correspondencia. Se estiró lo justo para coger el paquete y entretenerse
abriéndolo. Era viejo y estaba mojado y muy deteriorado en las esquinas. Miró sin
interés la fecha del matasellos con el objetivo de reclamar a Correos su falta
de dedicación: Febrero de 1985. ¿Qué demonios…?
“Querida
María:
Imagino tu
cara al recibir esto y no puedo evitar echarme a reír. Vas a flipar en colores.
A día de hoy estás inmersa en la mudanza a tu nueva casa. Espero que para
cuando cumplas 50, no se te haya ocurrido cambiarte de nuevo o no veo la manera
de que llegues a recibir este pequeño regalo atemporal. (Confío en que Correos
haya sabido gestionar este paquete para que esté en manos correctas y llegue el
día oportuno.)
En vista de los últimos sucesos en nuestra
pandilla… no parece que nuestra amistad vaya a llegar mucho más lejos. Por eso
me he visto obligado a embarcar en un proyecto como este, para evitar futuros
orgullos de hombre que me impedirán, muy seguramente, hablarte. Según me siento
con mis hermosos 24 años, es muy probable que me vuelva un adulto hastiado y
seco. Mi intención a grandes rasgos es solo sacarte una gran sonrisa y felicitarte
por mi “yo” del futuro, que según creo, no lo hará por voluntad propia. Ojalá
todo fuera de otra manera. Ojalá te confiese lo que me ocurre, nos casemos y
estés leyendo esto conmigo de la mano (¡porque espero no haber fallecido tan
pronto!). Siempre fuiste muy importante para mí María, y lo seguirás siendo
aunque pasen los años y mi corazón se vaya marchitando. Te quiero, en este presente,
y te quiero, en futuro. No me atrevo a decírtelo ahora y eso hace que
me duela hasta mirarte, aunque creo que es posible que tú ya lo sepas. Lee el
diario que te escribí y mira las fotos que te envío. Recuerda viejos momentos. Recuérdame.
Pdta.:
Llámame María. Cumple tu promesa. Da igual cuanto tiempo haya pasado. Tu voz me
rescatará y me hará volver en mí. No te preocupes si en un principio te rechazo.
Cuando supere mi miedo te…”
El teléfono comenzó a sonar. La señora Oliviera
estiró el brazo con fastidio y respondió con un amargo “Sí, dígame”.
—¿María? —contuvo el aliento mientras terminaba de
leer, ya con lágrimas en los ojos.
“… te volveré
a llamar, para no dejarte ir de nuevo. Lo prometo.”.
eres maravillosa
ResponderEliminarque fascinante historia! no esperaba ese final que bueno por Mária ya veia que quedaria sola jaja u.u!
ResponderEliminarGenial el relato! Me gusto mucho :D
muy buen relato Alba, eres una chica linda e inteligente buena en la música y escribiendo, talentosa.
ResponderEliminarMe ha gustado más que el otro, el del circo. En fin, voy a ser original, no cantas bien, no tocas bien y por supuesto no escribes bien... si tuviera veinte años menos te raptaba. Jose Manuel dice que que eres un chica linda y se queda MUY corto. Enhorabuena.
ResponderEliminarPD: Creo que falta un guión en: Te prometí que te llamaría, o tiene que ir detrás de ¿recuerdas?
Bss
Impresionante, no puedo creerlo, casi me roba la lagrima, ya q me encuentro en esa edad y no se que pase en 25 años
ResponderEliminar