viernes, 22 de mayo de 2020

Tornado

Recordaba haber visto ese tornado unas cuantas veces a lo largo de su vida. Sin embargo, cada vez que volvían a mirarse a los ojos, parecía que este había alcanzado una dimensión mayor. Tan negro como el azabache, los vientos cada vez se alejaban más del centro y engullían sin piedad lo que sus dedos rozaban. Despiadado y gruñón, elevaba por los aires elementos inconexos y los agitaba hasta hacerlos desaparecer.

Siempre estaba lejos de él cuando llegaba. Siempre atisbaba el horizonte y lo veía moverse, perezoso pero abrumadoramente ágil, en el camino que ya había sido recorrido, barriendo con una pulcritud envidiable.

No obstante, muchas veces se preguntaba si no tendría el susodicho algún tipo de estrategia destructora. No encontraba mucho sentido a esa selectividad a la hora de tolerar la permanencia de ciertas cosas. Quizás es que los grupos de árboles que aguantaban en pie tras su paso, se protegían unos a otros en la formación de su pequeño bosque, o que las piedras que se amontonaban eran las  más difíciles de arrancar. Fuera como fuese, ella a veces tendía a imaginar que, bajo aquella seda vaporosa que giraba y giraba, había una entidad fantasmagórica, retándola para que escogiera ella misma lo que más anhelaba conservar de todo aquello cuanto había visto en su trayecto hacia el destino final.

Encaramada a un acantilado, observó la nueva trayectoria del viento y, por primera vez, le pareció ver un patrón. Los bosquecillos que sobrevivían creaban espirales y círculos entre sí, como dándose las manos. Parecían mensajes que solo entenderían aquellos que lograsen despegarse del suelo, así que miró de nuevo hacia el tornado, dubitativa. Quizás... quizás solo tenía que viajar de la mano con él.


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