domingo, 16 de noviembre de 2014

La llave que adopté.

En un pantalón de verano que me disponía a guardar hasta el próximo año, encontré por casualidad un pequeño objeto que, de no haber sido por el peso que añadía a la prenda, habría pasado totalmente desapercibido. Deslicé la mano al interior de uno de sus bolsillos y mis dedos rozaron algo frío y metálico. Deposité mi hallazgo sobre la ropa que ya había doblado y ordenado meticulosamente y observé con curiosidad. Sobre el fondo azul de una de mis sudaderas de  tamaño gigante, la llave que había encontrado destacaba como una estrella en la noche. Sin embargo, la notaba un poco apagada. 

Recordaba vagamente cuándo había llegado a mí, y también su procedencia. También la tonta ilusión del principio, ésa con la que la había manipulado y observado hasta saciar toda mi curiosidad y terminar memorizando su forma. Desgraciadamente, la llave había quedado huérfana hacía varios meses. La cerradura en la que encajaba, había desaparecido sin previo aviso. No había ni rastro de ella, salvo flashes que me hacían recordar su silueta y levemente lo que había tras las puertas que abría. El tiempo iba limando los recuerdos y, a veces, sentía que me inventaba la mitad de los secretos que había custodiado. Aquella llave se había quedado sin empleo y estaba destinada a perecer en el olvido.

Suspiré. Tomé la llave con cuidado y volví a mirarla con tanto anhelo como antes. La hice girar sobre mis dedos y medité sobre qué era lo que se debía hacer cuando una llave ya no podía abrir las puertas para las que había estado destinada. Pobre llave. Abandonar algo que había sido tan valioso me parecía demasiado cruel. Fue entonces cuando tomé una decisión. Me acerqué a un espejo y, tras pensarlo unos instantes, giré la cabeza y situé la llave sobre mi cuello. Estaba segura de que quedaría bien.

Cerré los ojos y ligué la llave a mí. Absorbí todo lo que me había enseñado, toda la información que me había traído, los recuerdos, los misterios que había guardado y todo aquello que había descubierto gracias a ella. Sentí una fuerte quemazón. Retiré la llave y abrí un ojo sin estar muy segura de qué era lo que había hecho. Sonreí al ver los resultados. Detrás de mi oreja derecha, acariciando mis venas, la silueta de una pequeña cerradura se había tatuado a la perfección. La llave brillaba en mi mano, lista para ejercer su misión una vez más. 

Me pregunté qué partes de su vida habría depositado en mí y cuales se habrían solapado con todo lo que llevaba tiempo guardado en mi interior. Una parte de mí me decía que había tomado una buena decisión y que era imposible que mi nueva adquisición me fuera a hacer algún mal. Acaricié el dibujo con cariño y después me levanté la manga para descubrir otra silueta similar sobre mi muñeca. Esta otra llevaba toda la vida conmigo. Era la marca con la que había nacido. Una cerradura más grande y enrevesada, desde la que despegaban unas ramificaciones simulando una enredadera. Hacía tiempo que nadie la abría y, por eso, parecía expectante, como si en cualquier momento un milagro pudiera tener lugar a su alrededor y ella fuera a poder, por fin, abrir sus puertas de par en par.

Sentí una chispa de tristeza. No recordaba dónde había depositado la llave de aquella otra compañera mía, pero suponía que pronto, muy pronto, alguien la hallaría y podría descubrir todos sus secretos. Me encogí de hombros, resguardé la cerradura original bajo el jersey y me dispuse a abrir las nuevas puertas que había conseguido. Quería saber qué había de nuevo en mi ser. 

No recuerdo qué ocurrió exactamente cuando hice girar la llave sobre mí. 
Sólo había luz. 
Luces por todas partes y un calor abrasador que me hizo respirar profundamente y sonreír de nuevo. 

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