domingo, 22 de abril de 2018

Emuná

Mira el horizonte y cruza los brazos frente al pecho. El sol por fin se deja ver entre las nubes. La primavera ha empezado a hacer mella en el paisaje y, bajo el acantilado, las flores comienzan a ganar la batalla a los tonos rojizos de una tierra casi desértica. A lo lejos, un grupo de aves de gran envergadura se pelea por el pico más alto de la escarpada montaña, donde pretenden hacer nidos seguros para las crías, y las sombras se esconden de la luz. Amanece en la subrealidad, en un paisaje remoto que ni siquiera ella sabía que existía hasta hacía unos meses.

Se da la vuelta y entra en la tienda de campaña. Comienza a recoger con anhelo las pocas cosas que le quedaron después de que la cabaña del lago se redujera a cenizas. Minutos más tarde, contempla el mismo paisaje ya con la mochila a hombros y su casa temporal convertida en palos y tela. Estira la espalda dolorida y toma aire. El camino es cada vez peor, pero cuando llevas mucho tiempo andando por un terreno inestable, te acostumbras a estar siempre atenta a las posibles caidas.

Pone un pie en el sendero que se pierde cortado abajo. Se aprieta las vendas de las manos y comienza a descender. "Socorro", piensa a veces. Ya sabe que aunque grite no la van a escuchar, así que se ha acostumbrado a hablar mentalmente. "El pie derecho más arriba. Esa roca está suelta". Pero sigue avanzando.

Al atardecer, los músculos protestan y el estómago ruge pero, sentada en un saliente del acantilado, ve su objetivo. Allá donde las llanuras comienzan, una brecha extensa y sinuosa ha comenzado a dividir el terreno en dos. Al fondo de la gruta, brilla la aguja que corona la cúpula de El Oráculo. Sólo se vislumbra durante un segundo, pero es suficiente. Se aprieta los cordones de las botas y sigue bajando.

Él dijo que se volverían a encontrar tarde o temprano, pero necesita darse prisa. No puede esperar más tiempo por respuestas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario