Exhalo el aire y, cuando me incorporo, siento que el sofá se ha hundido un poco a mi lado. Percibo cómo alguien me coge la mano, entrelaza los dedos, me aparta el pelo de la cara y me susurra algo agradable.
No hay nadie a mi lado, pero esas palabras me calan. Me van trepando por la espina dorsal, un suspiro se abre paso y la paz tropieza con mis pesadillas, enterrándolas. Me las repito cada mañana que vuelve a sucederme, esperando el día en el que consigamos desterrarlas para siempre.
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