sábado, 18 de marzo de 2023

Yù yī

Se estira las mangas hasta que le cubren las manos, heladas. Había hecho un día radiante, pero a medida que caía el sol, el frío se estaba apoderando de todo, hasta de las mentes desprevenidas. 

- ¿Podemos dar un paseo? - manifestó.

Gabriel tardó un rato en aparecer, manos en los bolsillos y semblante sereno. Lo observó por encima del hombro, desviando los ojos de las aguas tranquilas del lago, hasta que se detuvo a su lado. Sus miradas se cruzaron y él terminó esbozando una sonrisa. Le ofreció el brazo y ella se agarró a él, agradecida. Pronto se encontraron en un largo sendero, oculto por densos ramajes entre los que la luz de las estrellas tenía problemas para pasar. Gabriel caminaba a paso lento y seguro, simplemente había que dejarse guiar.

- Echo de menos hacer esto en la realidad. La noche siempre me tranquiliza.

El vaho sale por su boca cuando habla y lo sigue como si fueran sueños lanzados al cielo. La noche se cierne sobre ellos. El viento susurra y el silencio no molesta. Atraviesan un pasillo donde se ven pequeños brotes, listos para la primavera. Los roza con las yemas de los dedos y vuelve a colocarse las mangas.

- ¿Estás enfadado conmigo? - musita, la preocupación palpable.

- Creo que eres tú quien está enfadada contigo misma.

La respuesta la deja pensativa. Toma aire y lo suelta lo más despacio que puede, un gesto que últimamente se ha vuelto una costumbre ineludible. Pensó en darle la razón en voz alta, pero en realidad él ya sabía que no se equivocaba.

- ¿Y..? - comenzó, pero se vio interrumpida.

- Sí, está enfadado. Pero no contigo. - Se le escapó una pequeña risa -. Ya se le pasará.

- Todo es demasiado complicado. No creo que haya un solo sentimiento válido. Ni siquiera sé cómo me siento yo... - duda -. O, al menos, no por completo. 

Nota que el ambiente se empieza a aclarar. El pasillo que los amparaba se abre frente a ellos. El cielo deja entrever la luna, pero los perfiles de las nubes brillan augurando tormentas. Gabriel tira de su brazo levemente y la hace parar.

- Solo percibo un montón de sentimientos equivocados. Estás siendo tremendamente dura contigo misma - dice sin titubear. Su voz, como de costumbre, calando sin pretenderlo. 

Desvía la mirada hacia arriba. Diminutos copos de nieve comienzan a mecerse entre ellos.

- Había mil desenlaces viables - comenta mientras hace un pequeño cuenco con las manos. Un copo se posa, rendido, en el fondo -, pero solo soy capaz de atisbar el que he tenido que escoger. Y eso me atormenta. Por eso sigo recreando el principio una y otra vez, por si puedo guardarme la sensación de no saber cómo acaba.

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