lunes, 13 de marzo de 2023

Comunidad

Miró la pared que tenía enfrente, evaluativa. Con las piernas cruzadas y la cara manchada de tiza, trazaba una y otra vez unas líneas verdes y sinuosas sobre un horizonte blanquecino. Tenía el semblante ensombrecido y un halo hermético que por poco los expulsó de allí, pero la pared de hormigón destellaba con colores inverosímiles. Había mucha belleza en aquella estampa.

Ambos habían sentido abrirse La Brecha y, significara lo que significase, no podían negar que habían podido respirar por primera vez en semanas. Se miraron e inclinaron la cabeza a modo de saludo cuando se encontraron en la puerta de la localización. Luego, toda su atención se posó de una forma casi obsesiva sobre la joven que pintaba. Entraron en la habitación sin hacer ruido, tanteando terreno.

El más alto de los dos, con una energía tan luminosa como la luna llena, se agachó a su espalda. Cerró los ojos y buscó en La Brecha el significado de la imagen que se distinguía en el muro. Normalmente, ellos deberían de haberlo sabido todo, pero, por algún motivo, aquella vez había sido diferente. Ella los había cegado, a propósito. Las imágenes fueron apareciendo como una historia en sus mentes, tres melodías por fin sincronizadas. Uno de los dos mostró los dientes y gruñó. El otro solo suspiró y sintió una presión descomunal en el pecho.

Fuera quien fuese el que inició el movimiento, una mano comprensiva se posó en el hombro de la artista. Los movimientos de esta cesaron y abandonó la tiza que estaba usando en el suelo, junto a otras ya casi consumidas. Miró su obra, y aunque no le veían el semblante, parecía resignada al recuerdo que la había impulsado a crearla. Tras un leve intercambio de miradas, una segunda mano se posó en su hombro izquierdo y el gesto lo detonó todo. Ambos jóvenes sintieron como una maza el primer espasmo que la atravesó, pero dejaron que el dolor se repartiera, como siempre habían hecho, entre todos, para hacerlo más llevadero.





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