martes, 21 de marzo de 2023

Mono no aware 物の哀れ

Luna nueva en Aries. Un nuevo ciclo. Sentada en el suelo, enciende una vela blanca y un incienso de Dama de Noche. No sabe por qué, pero, esta vez, todo su cuerpo le pide concentración y entrega. Respira lentamente y cierra los ojos unos segundos. Entre esas ruinas sólo está ella y la tenue luz que se filtra en estrechas líneas hasta lamer la piedra. Sólo ella y el leve calor de la llama, inspirador y terrorífico a partes iguales. Se concentra en lo que desearía desenmarañar, en lo que regresa una y otra vez a su mente, en las dudas. Impregna la baraja del tarot con toda esa energía, la cual accede desde la tierra a su cuerpo y serpentea hasta llegar a sus manos. Pasa las cartas sobre el humo del incienso y las estira frente a ella.

Las manos en las rodillas y la espalda recta. Aplaca el mal presentimiento que la acompaña desde hace días. No quiere enfrentarse a la verdad, aunque desea que los dioses le otorguen algo de paz a través de ese medio. Quizás lo mejor sea una tirada sencilla: pasado, presente y  futuro. Respira una, dos, tres veces. Una de las cartas vacila en su sitio y se mueve. Lo considera una señal, pero no sabe de qué. La saca de la hilera y escoge otras tres cartas siguiendo su intuición. Una vez colocadas, empieza a darles la vuelta de izquierda a derecha.

Pasado, siete de oros. Éxito, esfuerzo, rendimiento, orgullo.
Presente, reina de oros boca abajo. Egoísmo, inseguridad, soledad.
Futuro, rey de copas boca abajo. Manipulación, imprevisibilidad. Mal manejo de emociones, dependencia.

Se queda mirando el augurio, contrariada. No puede ser. Un escalofrío le recorre la espalda y ladea la cabeza para observar mejor las cartas. Un rey y una reina boca abajo, mirándose fijamente. Niega con la cabeza y siente el tirón hacia la carta que queda boca abajo, esa que ha salido por voluntad propia. Pone todas sus esperanzas en ella. La gira despacio. Rey de oros, al revés, separado de su dama. Avaricia, falta de ética, terquedad. En la misma línea que todas las demás. Un mensaje tan claro como el agua. 

Ese sentimiento que intenta enterrar trepa por su mente y se engancha como un pez a un anzuelo. Se frota el corazón, que late desbocado, y deja de respirar un instante. Desvía la mirada hacia una pintura que la observa desde la pared, el blanco de la tiza comiéndose a la oscuridad. Vuelve a respirar profundo. Toma su cuaderno y piensa en un sigilo que compense todo lo que está por llegar, tras lo cual se apresura a escoger las piedras del conjuro.

- Selenita, amplía tu consciencia, da paz al espíritu. Citrino para la ansiedad y tristeza. Ojo de tigre para combatir el miedo, obsidiana para el equilibro. Jaspe para la vitalidad, para la claridad mental - murmura mientras las mete una a una en un saquito. 

Mete una hoja de laurel con su sigilo, sopla dentro pensando con intensidad en su deseo y lo cierra con un nudo apretado. Lo guarda pegado a su piel y sopla la vela. El humo ondea frente a su cara.

- ¿Ya no soy suficiente? - murmura un joven desde el marco de la puerta.

 Ella se levanta despacio, drenada. Se limpia el pantalón con parsimonia hasta que se siente preparada para mirarlo a los ojos. Suspira y se cruza de brazos. Nota la cabeza embotada.

- Pensé que si existe algo allí arriba... sería más benévolo que yo misma - responde con voz velada-. Pensé que encontraría un poco de consuelo o un milagro. Ya no sé qué pensar.

Gabriel la observa con serenidad. No hay reproche en su expresión. Quizás simplemente... la compadezca. Ella desvía la mirada, incómoda. Se dispone a salir por el hueco que no interrumpe su amigo, su compañero, su guía en los momentos más oscuros.

- Siempre serás suficiente. Confío en ti, con mi alma al completo - musita al llegar hasta él. 

Una mano la detiene y se hunde en su pelo, cariñosa. Lo mira con el rostro dubitativo.

- Entonces, confiarás en mi cuando te digo que hay fuerzas que el azar no puede romper y que - susurra señalando con la barbilla el saquito -, a veces, ni los dioses son conscientes de que es más poderoso un deseo y la belleza de un recuerdo que su voluntad o su juicio.

Se queda callada, abrumada por la energía que la atraviesa de nuevo. El contacto de Gabriel siempre es curativo. Se le cierran los ojos ante la paz que la embriaga y se recoloca los mechones que amenazan con escurrirse hacia su rostro. Deja que la conexión entre ambos se estreche, cayendo en el resplandor de sus ojos. Asiente agradecida y una leve sonrisa crea un hoyuelo en su mejilla.

- Quiero que todo permanezca. No quiero olvidar - confiesa con timidez.

- Y ambos sabemos que no puedes - contesta.

Un instante después, desaparecen juntos por el umbral, sus auras iluminando un cielo sin luna.



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